Y transcurren los días y las semanas se convierten en meses y el tiempo pasa sin traer nada nuevo puesto que todo sigue igual de estático y confuso, igual que al inicio de esta tediosa peregrinación hacia ninguna parte. Los ciudadanos de este país ya están hartos de esta absurda tragicomedia de politiqueo chabacano. Los legítimos representantes de nuestro pueblo —aunque no se lo merezcan, lo son— llevan largo tiempo jugando al escondite y echándose unos a otros los trastos a la cabeza. Nos han entretenido día tras día a través de los medios con sus pueriles fruslerías y una verborrea barata; unas veces con insultos soeces y otras con ocurrencias díscolas.
El insigne pensador y cronista político Montesquieu plasmó esta celebérrima sentencia: “La guerra es el arte de destruir a los hombres y la política el de engañarlos”. Para desgracia nuestra y visto el panorama actual se puede aplicar en toda su magnitud. La voluntad popular se manifestó con un resultado electoral dispar que obligaba a las principales formaciones a unos acuerdos y alianzas para alcanzar un gobierno de consenso. Pero nuestros representantes no se han enterado del mensaje, ni han sabido cómo hacerlo y algunos ni siquiera han querido.
Algún que otro dinosaurio caduco y obsoleto se habría marchado a casa para dejar paso a savia nueva, algún gerifalte recién llegado se hubiese arrancado unas plumas en lugar de exigir de buenas a primeras la mayoría de ministerios y habrían concedido la primacía al bien del país, muy por encima de la poltrona de los sillones. Unos políticos sensatos y honestos no estarían dotados de tanta egolatría narcisista ni de una soberbia infinita. El sentido común abogaba a hacer concesiones en sus programas y flexibilizar sus postulados para llegar a acuerdos. Un gobierno plural hubiese sido el mejor regalo a nuestra democracia. Las victorias casi nunca son tan altaneras como aparentan. Para ganar hay que perder, negociar o ceder algo.
De todos modos ya es tarde. Hay convocatoria de nuevas elecciones y parece que nadie ha aprendido la lección. Tras este imperdonable fracaso, nuestros políticos siguen igual de arrogantes y prepotentes que de costumbre. El país navega sin rumbo y por propia inercia hacia futuras tormentas con un lastre de adversidades cada vez mayor. El túnel es cada vez más profundo y la luz del final más tamizada por la niebla. Pero a ellos parece no importarles. “Cuando es otro el que sufre es madera que sufre” y la élite política con todas sus prestaciones y privilegios aristocráticos anda lejos de ese abismo.
Buena parte de nuestros países vecinos y socios de la vieja Europa han obtenido resultados dispares y sin mayorías en sus elecciones que han obligado a pactos entre partidos de distinta ideología, incluso rivales antagónicos declarados como enemigos naturales. Pues como sensatos patriotas han claudicado en lo necesario con el fin de formar un gobierno plural para el bien de todos.
Los españoles no hemos evolucionado tanto. Parece ser que cuarenta años de democracia no son suficientes. El egoísmo y la mezquindad siguen por delante de la sensatez y el bien común.
Nuestro sufrido país lleva muchos meses a la deriva y ha sobrevivido al teatro y desgobierno de sus representantes. Visto lo visto, tal vez deberíamos plantearnos nuestro destino sin ellos.