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China, en la encrucijada

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En 1949 China emergió de una guerra civil sangrienta convertida en un país comunista bajo el liderato de Mao Zedong. Su nivel de desarrollo económico era comparable o incluso en muchos casos inferior al de muchos países africanos. La política económica de Mao durante dicha época se conoció como “el gran salto adelante” y consistía en potenciar la industria básica (sector metalúrgico) y modernizar la agricultura.

En un sistema de economía planificada donde el estado dispone de la vida de los individuos no fue difícil generar los incentivos para cumplir las directrices. Cuando Mao decidió que para incrementar la producción agrícola había que acabar con las aves que se comían la cosecha, se cazaron, y cuando se decidió que “todos” debían contribuir al esfuerzo de producción de acero, muchos ciudadanos fueron “incentivados” por sus representantes locales a construir sus propios hornos de fundición en sus jardines. El resultado es conocido: plagas de insectos devorando las cosechas al no haber los pájaros que se los comían, hornos donde se fundían herramientas, arados o cubiertos para cumplir el cupo y unos 30 millones de muertos por hambrunas mientras China exportaba sus excedentes imaginarios.

Tras el fracaso se culpó a los planificadores y se les purgó durante la Revolución Cultural. Pero la reeducación y refundación de universidades no mejoraron las condiciones de vida de los ciudadanos y en 1976 a la muerte de Mao el país seguía estancado. Deng Xiaoping llegó al poder en 1978 y simplemente introdujo poco a poco el mercado en la economía china. En 1979 permitió que el 1% de la tierra pudiese ser explotada al margen del plan. En 1983 y dado sus increíbles resultados el 98% de la tierra podía ya ser cedida para su explotación no colectiva. Lo mismo hizo con la industria, a partir de 1986 congeló el plan que se hacía periódicamente y no exigiendo a las empresas cupos de producción mayores.

Este tránsito se consiguió pacíficamente, los que quisieron mantener su empleo en el sector público tradicional lo hicieron a costa de un sueldo más bajo. El que quiso innovar pudo hacerlo pero no se permitieron libertades políticas ni movimientos de población descontrolados. La gran idea fue una transición calmada, lenta y sin incertidumbres, un pacto entre la sociedad y el partido, progreso económico sin libertades y así 700 millones de habitantes han salido de la pobreza desde 1978.

Actualmente China se encuentra en la encrucijada de convertirse en un país moderno avanzado. En el año 2000 había 5 millones de ciudadanos con una renta entre 11.500 y 43.000 dólares -clase media-. Tras década y media de incesante crecimiento en el año 2015 esta cifra llegó a los 255 millones y en el año 2020 habrá aumentado 50 millones más. Hasta ahora el crecimiento económico ha evitado protestas pero a medida que el crecimiento se ralentiza, el pacto entre el partido único y su pueblo empieza a cuestionarse.

La nueva clase media es muy individualista, desea diseñar su vida y se muestra descontenta con la corrupción, los problemas medioambientales y la desigualdad. La supervivencia del partido comunista mantenida gracias a la superación de forma continuada las expectativas de crecimiento económico podría pensarse en peligro pero si algo teme la clase media es perder sus propiedades (80% tiene su propia casa y automóvil) y si alguien o algo puede garantizar la propiedad privada de sus bienes es curiosamente el mantenimiento del comunismo. China demuestra en ello su gran pragmatismo como hizo Deng a la muerte de Mao.

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