Los avances de la ciencia y la tecnología nos están llevando a un nuevo paradigma, en el sentido de que el sistema de distribución de la renta que vincula los ingresos por trabajo con empleos se está desmoronando. La distribución de la renta que ha estado ligada desde la primera Revolución Industrial a las aportaciones al sistema productivo está en quiebra. Un nuevo paradigma está surgiendo con un sistema de distribución diferente. La globalización y el cambio tecnológico favorece a los más cualificados y la desigualdad crece, mientras que un grupo de grandes compañías internacionales se llevan ingresos extraordinarios a través de monopolios, patentes y argucias fiscales. Las diferencias salariales son cada vez mayores dentro de la empresa, que retribuye muy bien a su personal clave, mientras hay una presión a la baja del resto de los empleos, de aquellos que dependen solo del trabajo remunerado. El mercado de trabajo es global, no local ni nacional. Los países con salarios bajos compiten con los países desarrollados. Los primeros salen de la pobreza y los segundos sufren una presión a la baja en los salarios.
Las nuevas tecnologías contribuyen a la desigualdad, ya que el capital tiene ahora la posibilidad de desplazar el trabajo a través de la robotización, de cambiar los tipos y estructura de los empleos o llevarse la producción o las tareas a otros sitios. La empresa en el mundo de hoy está en continuo cambio, es una empresa variable a través de fusiones, desplazamientos y reestructuraciones. Vamos hacia una sociedad en que una parte importante de la población estará inactiva o con trabajos precarios, mientras una minoría recibe unas rentas extraordinarias. Una gran parte de esas rentas superan con mucho la retribución que se aceptaría por utilizar ese recurso. Estas rentas extraordinarias es una renta diferencial procedente de la escasez de ciertos recursos como el conocimiento o el talento que da lugar a nuevas ideas que crean valor para la sociedad, pero también proceden de rentas de situación o de monopolio, o bien protegidas de la competencia por el Estado como las patentes, los derechos de autor o el amiguismo. La eliminación de esa renta diferencial no impediría que el talento siguiera realizándose y al mismo tiempo se eliminarían las rentas extraordinarias que no se deban al esfuerzo o la inteligencia.
Ahora no basta con una política de igualdad de oportunidades, se necesitaría una redistribución más activa de la riqueza, evitando los errores de las políticas igualitarias del pasado. Se necesita un nuevo sistema de distribución, un cambio de paradigma, estableciendo fórmulas innovadoras de participar en esa renta diferencial. La polarización social de esta desigualdad extrema aconseja para la cohesión social establecer una renta básica financiada por la alta productividad de la nueva economía digital, de forma similar al reparto de los ingresos procedentes del petróleo en Alaska o Noruega o bien con un ingreso garantizado a través el Impuesto de la Renta (renta básica que solo reciba el que no llegue a la renta mínima establecida). Con esa renta básica asegurada los ciudadanos pueden sentirse valorados y útiles a la sociedad y pueden tener un empleo remunerado digno, participar en organizaciones de voluntariado o realizándose en otros campos de las ciencias o las artes y en todo caso fortalecería su posición en las negociaciones salariales. No se sentirían derrotados. Millones de vidas más felices más seguras y más largas, y una sociedad más cohesionada.
La aceleración de este proceso de robotización plantea muchos temas nuevos. ¿Cómo prepararnos para este nuevo mundo? ¿Cómo proteger a los más perjudicados sean trabajadores o no? ¿Cómo financiarlo? ¿Cómo evitar que una política igualitaria tenga escaso impacto o tenga el resultado contrario al que se esperaba? Estos son retos que tenemos que resolver y que trataremos en los próximos artículos. Además nuestra posición relativa con los otros países lo complica aún más porque los países intentan mejorar. El crecimiento económico depende cada vez más de la acumulación del conocimiento y menos de la acumulación del trabajo y el capital. En un mundo dominado por las ideas, el ganador se lo lleva todo. La productividad es elevada y el mercado es global. Los países que atraigan el talento e inviertan en educación y en investigación se llevarán la mayor parte del aumento de la riqueza. Los que no lo consigan solo podrán redistribuir pobreza.