Acaba de aparecer, concretamente en agosto pasado, “Menorca i Eivissa. Dues illes, dos relats històrics i econòmics” publicado por Edicions Documenta Balear, pequeña obra de dos profesores menorquines, Guillem López Casasnovas y Miquel A. Casasnovas; el primero, con amplio currículo académico e institucional, es catedrático de la Universitat Pompeu Fabra, y el segundo, director del IES Josep M. Quadrado, es autor de numerosas estudios de historia económica.
Libro oportuno y a la vez sugerente al examinar desde diferentes perspectivas dos islas que han estado en el centro del debate menorquín durante los últimos años entre aquellos que entienden que Menorca se mantiene muy bien tal y como está y la comparan ventajosamente con la Eivissa del pasado, anclada en el crecimiento cuantitativo en términos de alojamientos turísticos y con fuerte impacto sobre el territorio, todo ello alentado por incrementos sustantivos de la demanda y más presión humana estacional, y los que constatan e incluso se atreven a elogiar el gran salto cualitativo que ha dado Eivissa en la última década al haber creado un nuevo concepto de hotel sobre la base de más calidad, lujo, discoteca y moda sin alterar su oferta de plazas y fomentando una potente imagen de marca, mientras que en Menorca han faltado iniciativas para aprovechar su mejor situación de partida.
Después de un excelente prólogo del profesor Albert Carreras, influenciados por los trabajos de Acemoglu, Johnson y Robinson, aunque no hagan referencia a la obra del primero y el último, “Why Nations Fail”, Nueva York, 2012, editada en español bajo el título de “Por qué fracasan los países. Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza” por Ediciones Deusto, 2014, en que demuestran empíricamente que las actuaciones de las instituciones políticas y económicas son determinantes para lograr que un país sea rico o pobre, los autores exponen las similitudes y diferencias entre ambas islas, describiendo su legado histórico, sus recursos y sus gentes para terminar con unas recomendaciones referidas a Menorca antes de proponer una receta de medidas de política económica.
Así, partiendo de la base de que preservar no supone en modo alguno inacción, abogan por una ocupación de más valor añadido y una mayor productividad, un uso residencial de las fincas rústicas, pequeños hoteles en los centros de las ciudades, una oferta residencial de alquiler mínimamente regulada y la recuperación de la industria.
Efectivamente, en el muy dinámico contexto social que vivimos, donde la tecnología avanza con más aceleración todavía, la inacción suele ser la peor de las decisiones posibles, especialmente si tenemos en cuenta que las empresas y los propios sectores de actividad necesitan aprovechar todas las oportunidades que este marco les brinda constantemente con el fin de crear y mantener ventajas competitivas.
Lo mismo desde el sector público que el privado, incluso cuando los vientos no son favorables no deberíamos bajar las velas, sino saber aprovecharlos siempre; incluso cuando los tenemos en contra, de proa, los buenos patronos o capitanes saben navegar de bolina alternativa como es debido, dando bordadas para poder avanzar zigzagueando sin descanso.
Los autores no se decantan claramente por la idea de que cada isla haya tenido hasta hoy un modelo propio de desarrollo turístico, mientras a otros nos parece indiscutible, tal y como ya hemos escrito en otras ocasiones, que los isleños nunca han tenido un único modelo de desarrollo turístico. Ni ha existido, ni lo han aprobado, ni lo han pactado, ni lo han debatido.
En consecuencia, consideran que la situación actual es ni más ni menos el resultado de una serie de actuaciones y de omisiones derivadas de unos intereses sociales y económicos, no solo isleños, que se han podido o no realizar al no estar en fuerte contradicción con lo que estaba grabado en las sinapsis del cerebro de sus habitantes.