Ahora que ya nadie duda que el entorno global será este año más volátil e incierto que el anterior y que las restricciones de demanda derivarán en una mayor competencia en el mercado, las empresas de Baleares, especialmente las de menor dimensión, deberán orientarse progresivamente hacia la idea de economías de diversidad en las que aparecen como elementos diferenciadores: el trabajo cualificado, la diversidad en los métodos y la organización productiva, la variedad del output, la utilización de innovaciones tecnológicas, la capacidad de adaptación a las condiciones del entorno..., aspectos, todos ellos, contrarios al uso intensivo de inputs y a la producción estandarizada.
Para apoyar y facilitar este tránsito es conveniente que agentes intermedios (patronales, asociaciones, sindicatos …) y Gobierno centren la atención en las interacciones que se establecen entre las 96.638 unidades empresariales que operan en las Baleares y no, como viene siendo habitual, en la evolución del tejido, sus características diferenciales o sus marcadores de gestión.
Y es que aunque es de todos conocido que el tejido empresarial balear está altamente atomizado –el 99,3% de las empresas de Baleares son micro o pequeñas empresas– y que presenta una elevada heterogeneidad –pues opera desde 521 segmentos de actividad distintos–, la mejor forma de preservar los réditos que han derivado del último quinquenio de expansión –un periodo en que la facturación empresarial ha crecido a un ritmo medio del 8,2% anual– es, precisamente, poner el foco en las cadenas de suministro de bienes y servicios y, en definitiva, de valor, que operan en el archipiélago.
De esta forma, no solo se fomentan las relaciones entre empresas, que pasan a ser de tipo cooperativo, sino que las empresas se ven obligadas a coordinarse y, por lo tanto, a reorganizar procesos y métodos, aprovechar mejor las redes locales, utilizar y monitorizar nuevas tecnologías, etc. Además, estas mismas relaciones entre empresas proporcionan un medio para complementar los recursos, siempre más limitados en la pequeña y mediana empresa, y ayudan también a responder a la inseguridad que siente este colectivo ante el desarrollo económico global. Pero, lo más importante es, sin duda, que si estas relaciones ganan identidad y se conforman como redes o plataformas, formales o informales, de elevada densidad, se crean economías externas muy valiosas para los participantes, en materia de acceso a la financiación, internacionalización... y, así, aumenta la rentabilidad y productividad de cada una de las unidades y, con ello, la competitividad de zonas geográficas enteras. Y es que hay que recordar que la importancia de las empresas no se debe únicamente a su capacidad de generar puestos de trabajo, valor añadido…, sino también a su influencia en el desarrollo y prosperidad regional.
Estas redes, que tanto pueden orientarse hacia un sector productivo específico como abarcar todos los procesos y servicios que confluyen en la elaboración de una cierta familia de productos, son clave para favorecer el desarrollo de una estrategia de competitividad empresarial no basada en el precio, apoyada en una fuerza de trabajo entrenada, capacitada y altamente adaptable y, lo más importante, orientada a movilizar la inversión no tanto a producir más sino a producir mejor, desde la activación de palancas de eficiencia e innovación.