Empieza ya la carrera electoral, ¡¿hay algún afortunado que aún no lo haya notado?! Y con esa carrera la necesidad de acumular paciencia hasta el infinito sobre el decir y actuar de nuestra clase política y su consiguiente cascada de propuestas y despropósitos a los que, por desgracia, van habituándonos cada vez más. La espectacular capacidad del sector turístico de rehacerse tras dos años de pandemia ha dado como resultado el que en los casi nueve meses que llevamos de actividad en este 2022 (no olvidemos que los tres primeros vinieron marcados por los coletazos de la variante ómicron…) hayamos recuperado niveles de ocupación y tarifas que sobrepasan los de 2019.
Es verdad que no somos muy dados a felicitarnos, darnos palmadas en la espalda y reconocer el logro de todo un sector que ha sido el único en iniciar la remontada económica en nuestro país, liderando la creación de empleo y la entrada de divisas. Y vuelvo a insistir: turismo es mucho más que habitaciones y ocupaciones hoteleras. Pero de ahí a encontrarnos con nuestros próceres políticos bailando al desmarque, hay todo un mundo. Parece que les empezara a rondar la idea de que alinearse en exceso con las necesidades y planteamientos del turismo no es «popular», no «conecta con su electorado». Y aquí hablo tanto de los que se ubican a la izquierda como a la derecha de nuestro panorama, entre cuyas filas empieza a percibirse la necesidad de dar, aunque sea de espuela, algún golpe de tacón al sector o a alguno de sus representantes para dejar claro que «no son de los míos».
Atrás parece quedar, por ejemplo, alguna propuesta sobre el demoledor impacto que han tenido sobre el sector las medidas oficiales adoptadas durante la pandemia (cierres totales o parciales, limitaciones de aforos y horarios…) y las responsabilidades exigibles por unas decisiones declaradas inconstitucionales. No encontraremos a un solo político que quiera ponerle el cascabel a un gato del tamaño de una pantera, quedando hoy como único recordatorio las acciones iniciadas por vía administrativa y el silencio institucional al respecto que hará que solo dentro de unos años, cuando nuestros tribunales se pronuncien, acabemos sabiendo quién paga los platos rotos.
Es en este juego de decisiones, o ausencia de ellas, donde cabe ubicar el que se empeñen en mirar para otro lado a la hora de abordar las tensiones en el mercado de la vivienda ocasionadas por el alquiler vacacional, o el alboroto sobre la necesidad de emplear o no los fondos de promoción (¡¡de promoción!!) para apoyar la actividad turística, o la obstinación en financiar con los fondos de la denominada ecotasa actuaciones e inversiones que debieran venir cubiertas por los presupuesto ordinarios de nuestras administraciones (las reparaciones de las redes de agua potable, por ejemplo, no debieran ser contingentes de la recaudación de esta tasa), y con cuyo empleo parecen querer demostrar, sobre todo, que cuanto más alejado esté su empleo de cualquier conexión con la actividad turística, mejor.
Toca pues armarse de paciencia ante los meses que vienen, que alguna pluma (o un plumero entero) van a intentar arrancar entre unos (los que están) y otros (los que quieren estar). Pero hay algo que ninguno parece tener en cuenta: nuestra clase política va y viene, algunos con mayor o menor tasa de éxito en prolongar su estancia, es cierto, pero lo que sí permanece, al menos por ahora y si no logran desangrarla por completo, es una población en estas Islas que ha basado su éxito social y económico en el esfuerzo empresarial personal y colectivo. Abjurarán y renegarán del turismo, pero una vez asentados sus reales en las poltronas respectivas, entonarán su Eppur si mouve (y, sin embargo, se mueve) como Galileo y otra vez volverán a ensalzarlo y, sobre todo, a reconocer que lo necesitan para tirar de la economía y el empleo. Y si no, al tiempo.