Para funcionar correctamente las sociedades necesitan un servicio público profesional competente y neutral. En una reciente entrevista que realizó el conocido analista económico liberal Martin Wolf a la profesora del University College de Londres Mariana Mazzucato, recordaba que fue el estado el que logró que el hombre llegara a la luna y no la empresa privada, como le hubiera gustado a los neoliberales.
A partir de ese momento el pensamiento económico conservador consigue colocar al individuo como eje del sistema desplazando a la sociedad. El proceso culmina en los tiempos de Reagan y Thatcher -no existe la sociedad solo los individuos- con masivas privatizaciones y reducciones de impuestos. Es un modelo que sigue vigente. Incluso cuando fuerzas aparentemente progresistas ganaron las elecciones en Europa: Blair y González o en América, Clinton, no intentaron regresar al intervencionismo, sino que, con la atinada denominación de Tercera Vía fusionaron ambos modelos dotando al nuevo de un rostro más humano.
Este nuevo, ya no tan nuevo, paradigma, se ha instalado en el imaginario de muchos actores. Están convencidos de que hay sectores de la actividad económica que funcionan y en muchos casos tienen éxito, gracias exclusivamente, o casi exclusivamente, a la iniciativa privada. Eso es lo que ocurre en España con la principal actividad de nuestra economía cuyo éxito se debería tan solo a la actuación de unos grandes empresarios.
Incluso en el actual contexto de liberalismo económico, el estado sigue teniendo un papel determinante en el proceso de funcionamiento del sistema turístico. Del estado dependen la fiscalidad que marca el precio final, el coste de la necesaria energía, muchas infraestructuras, las playas, las costas, los museos y parques naturales donde disfrutan los turistas e, incluso la sanidad. El proyecto turístico mundial más importante de los últimos 50 años el parque Disney, en las afueras de París, fue posible por una intervención masiva del gobierno francés. El sistema no podría funcionar sin la actuación del Estado, pero sí podría hacerlo (mal) sin la iniciativa privada como comprobamos cada vez que visitamos un Parador, pero en todo caso, más vale no hacer experimentos y dejar las cosas como están. Como dicen los americanos: si no está roto no lo arregles.