Esta Semana Santa se ha podido sentir ya en las carreteras de Mallorca la masificación turística. En lugares como Sóller, Valldemossa o Formentor se ha contado con atascos y dificultades para aparcar, debido a la gran presencia de coches (de residentes y turistas) y de ciclistas, que están en pleno apogeo.
No soy de los que demoniza el sector ni mucho menos, hay que ser conscientes de los beneficios de la industria turística en nuestro archipiélago durante décadas, pero está claro que afecta a la calidad de vida de los residentes, a unos más que otros.
El turismo ha sido, durante años, una de las principales fuentes de riqueza en Balears, pero también uno de los principales causantes de una creciente insostenibilidad social y ambiental. Más del 90% de los mallorquines considera que la llegada masiva de turistas afecta negativamente a su calidad de vida según una encuesta elaborada por la asociación sin ánimo de lucro Fundament, algo que no es de extrañar, dado el colapso en servicios públicos, la subida de precios en la vivienda o el impacto en la identidad local. Esta situación se ha convertido en un dilema urgente: ¿cómo conciliar la necesidad de este motor económico con la sostenibilidad del entorno y el bienestar de los residentes?
En otras partes del mundo, destinos que están siendo igualmente víctimas de su propio éxito turístico ya han comenzado a implementar medidas que intentan gestionar esta masificación. Venecia, como es sabido, cobra una tasa de entrada y limita el número de turistas que pueden acceder a sus canales en un día. Santorini y Mykonos han limitado el número de cruceros y han impuesto restricciones en los alquileres turísticos, mientras que Amsterdam ha fijado límites a las pernoctaciones hoteleras.
Balears debería mirar hacia estos modelos y adaptarlos a su propia realidad. Sin embargo, las medidas adoptadas hasta ahora, como la subida del Impuesto de Turismo Sostenible o la limitación de nuevas plazas de alquiler vacacional, son parches que no abordan de fondo el problema. Es necesario un modelo de turismo basado en la calidad, no en el volumen, que priorice a aquellos turistas que buscan vivir la isla de una manera más respetuosa con su entorno y cultura.