Llegan las vacaciones estivales y con ellas la oportunidad —a menudo desaprovechada— de una desconexión real. Vivimos constantemente atados a una realidad invisible que nunca se apaga: la hiperconectividad digital. Móviles, relojes inteligentes, notificaciones que se multiplican y redes sociales se han convertido en una obligación diaria que nos mantiene en una especie de vigilia constante.
En un mundo saturado por pantallas y conexión digital permanente resulta cada vez más difícil encontrar espacios de silencio, atención plena y convivencia auténtica con nuestros seres queridos y amigos. El verano, aparte de brindarnos la oportunidad de descansar de nuestro quehacer diario, debe ser una oportunidad para reforzar vínculos familiares y explorar formas de ocio más saludables.
Estamos inmersos en una sociedad en la que revisamos correos electrónicos mientras esperamos la comida en un restaurante, subimos historias a las redes sociales en vez de disfrutar del momento y sentimos ansiedad si estamos en un lugar en el que no hay cobertura. Las vacaciones deben suponer una ruptura con nuestra rutina diaria y para ello debemos romper con nuestras rutinas digitales, que nos persiguen allí donde vamos.
La desconexión digital no debe entenderse como una renuncia absoluta a la tecnología, sino como una regulación consciente de su uso. No se trata de demonizar los dispositivos sino de tomar conciencia del espacio que ocupan en nuestra vida y recuperar el control y el verano, con su ritmo más relajado, es una oportunidad perfecta para ello. No es realista pedir una desconexión total pero sí podemos establecer límites saludables.
En el caso de los adultos, la desconexión digital durante el verano debería ser una práctica asumida con naturalidad y puede traducirse en dejar el móvil en casa o en el coche cuando vamos a la playa o reservar solo una franja horaria para revisar mensajes y redes sociales. También puede significar apagar las notificaciones de correo laboral y aceptar que nadie es imprescindible cuando se trata del propio bienestar. Aceptar que el descanso también forma parte del trabajo es un acto de responsabilidad.
Para los jóvenes y adolescentes la situación es más complicada pues han crecido en un mundo digital, por lo que establecer límites puede ser todo un reto. Proponer actividades reales —excursiones, lectura, juegos de mesa, deporte en familia, trabajo creativo o manual— ofrece una alternativa al consumo pasivo de contenido digital. No se trata de prohibir sino de diversificar y devolver al verano su valor formativo. La desconexión digital durante el verano no solo mejora nuestra salud mental y física, sino que fortalece vínculos familiares, eleva la calidad del descanso y nos permite volver al trabajo con una mirada renovada, por lo que en una sociedad donde estar siempre conectado se ha convertido en norma es imperativo desconectar durante las vacaciones.