Considerada una virtud. Remedio para muchas circunstancias de la vida, difícil de cultivar y adquirir, pero no imposible. Una cualidad preciada cuando «las cosas no van bien». Necesaria ante situaciones adversas que nos generan frustración o que requieren espera. Lo importante es no perderla, sobre todo no perder la compostura o reaccionar de forma impulsiva. Cuando una persona es paciente es capaz de soportar la adversidad con ecuanimidad, tolera la espera sin agobios y manifiesta tranquilidad y un alto control emocional. Regula las emociones, no se deja llevar por la ira, es perseverante dirigiéndose hacia objetivos marcados y tolerante ante la incertidumbre.
Acepta las circunstancias de la vida y la propia realidad con sus contratiempos, dolor y sufrimiento. Ser paciente es también ser empático, con una actitud comprensiva hacia los demás, así seré paciente «cuando mi padre mayor va más lento al cruzarla calle», «mi compañera veterana en la oficina se maneja más torpe con el ordenador», «el paciente repite una y otra vez sus dolencias anclado en la queja ante mí, su médico. En la sociedad actual todo tiene que ser inmediato, «lo quiero, lo tengo o yo quiero tenerlo», lo contrario de ser paciente.
Para convertirse en una persona paciente, será necesaria una actitud proactiva hacia el cambio, «querer realmente ser paciente», tolerando la espera y demostrando calma. Para ello, ser consciente de aquello que nos impacienta, identificarlo y cambiar la perspectiva, es decir, centrar la mirada hacia el presente y la realidad. Fomentar encuentros empáticos y hacer uso del humor como el antídoto ante la tensión, puede ser de gran ayuda. Así como buscar lugares tranquilos y observar el poder del silencio. Ser paciente no es sinónimo de pasivo o sumiso, pero sí, de realista e inteligente.