Cada cierto tiempo surge una campaña que, más allá del titular, sirve para tomarle el pulso a cómo está cambiando el comportamiento digital de una generación. El nuevo «Contrato Anti-Fake» que Andema y Amazon han lanzado es uno de esos momentos. No es solo un documento simbólico, es la excusa perfecta para observar cómo piensa hoy la Generación Z, qué valora y qué mensajes está dispuesta a amplificar. La iniciativa invita a jóvenes de entre 15 y 24 años a comprometerse públicamente a no comprar falsificaciones. Un gesto sencillo, pero revelador. Durante años, las imitaciones han convivido con naturalidad en la vida de muchos adolescentes: bolsos «inspirados», perfumes que «huelen igual», tecnología a precio de ganga. Y, sin embargo, algo está cambiando.
No se trata solo de mostrarse «real» en redes; se trata de buscar coherencia entre lo que consumen, lo que defienden y lo que esperan de las marcas. Por eso este contrato tiene tanto sentido en 2025. Bajo un tono directo, creadores como los gemelos Hernán y Rodrigo Navarro plantean preguntas que pesan más que cualquier eslogan: ¿qué hay realmente en ese cosmético falso?, ¿quién fabrica esas imitaciones?, ¿qué empleo o creatividad se pierde por el camino? Una conversación que por fin aterriza el impacto de las falsificaciones en lo cotidiano. Y ahí es donde la tendencia se vuelve especialmente interesante para marcas y agencias.
La Generación Z no rechaza solo los productos falsos; rechaza todo lo que huela a impostura. Cuando firman este contrato, en realidad están diciendo: quiero autenticidad en lo que compro y en quien me lo vende. Y eso exige transparencia, coherencia y mensajes que se sostengan. La generación Z está marcando el rumbo: autenticidad o nada. Su contrato anti-fakes no es solo un gesto, es una señal clara de hacia dónde va el consumo joven. Y quien quiera conectar con ellos tendrá que firmar ese compromiso también.