Tres meses después de las elecciones generales, Bélgica no sólo está sin Gobierno sino que el acuerdo para formar una coalición parece todavía muy lejano y han vuelto a resurgir las periódicas conjeturas sobre una escisión del país.
Los avances logrados por los partidos flamencos y francófonos en torno a una reforma del Estado federal que permitiera forjar una coalición han quedado bloqueados por la cuestión clave en el futuro de la política belga: Bruselas y su periferia.
La capital nacional y de la UE constituye una región oficialmente bilingüe, aparte de Flandes y la francófona Valonia, pero su población es abrumadoramente francófona, aunque varios partidos flamencos (sobre todo el soberanista N-VA) no ocultan su idea de integrarla en su región, que rodea totalmente a Bruselas.
Además, unos 150.000 francófonos residen en la corona de localidades flamencas en torno al enclave de Bruselas, y en seis de esos municipios disfrutan de facilidades para recibir enseñanza y justicia en su lengua.
Bruselas y los 35 municipios flamencos constituyen además un distrito electoral especial (Bruselas-Halle-Vilvoorde, BHV) en el que los francófonos pueden votar por partidos de su comunidad, y aunque el Constitucional ordenó su disolución en 2003, los partidos políticos no han podido acordar cómo hacerlo.
Las elecciones del 13 de junio dieron un vuelco histórico en Flandes, ya que auparon al primer puesto al N-VA, hasta entonces un pequeño partido, lo que mostró hasta qué punto los votantes flamencos buscaban más autonomía.