El primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, ha mantenido la línea dura ante la mayor oleada de protestas en más de una década, al criminalizar a los manifestantes que protestan contra la eliminación de un parque en Estambul y asegurar que mantendrá sus planes urbanísticos.
Entretanto, miles de personas se concentran en la plaza Taksim de Estambul, a la que desde el pasado sábado no accede la Policía, y que es el epicentro de la mayor oleada de protestas en Turquía en una década.
Los congregados esperan con tensión la vuelta inminente de Erdogan, desde el lunes en una gira por el Magreb, y que hoy ha subrayado desde Túnez que no dará marcha atrás en sus planes de destruir el parque Gezi, aledaño a la plaza Taksin y una de las pocas zonas verdes de Estambul, para erigir en su lugar un centro comercial.
Desde Túnez, antes de su esperado regreso anoche a Turquía, el primer ministro admitió que la respuesta policial puede haber sido excesiva, pero se negó a buscar una salida negociada a la situación.
«Ya he declarado que pido perdón por el uso excesivo de gases lacrimógenos, pero no existe ningún país que no los utilice», dijo.
Sin negociación
«No podemos negociar nada con la gente que provoca incendios», subrayó Erdogan, al tiempo que acusó a los manifestantes de estar manipulados por personas «condenadas por actos de terrorismo» y «conocidos por los servicios secretos».
La defensa contra la llegada de las excavadoras y el desalojo policial del campamento que protegía el parque en la madrugada del viernes han aglutinado unas protestas extendidas ya por toda Turquía y saldadas hasta ahora con un policía y tres manifestantes muertos y más de 4.000 heridos, según fuentes médicas.
El ministro turco del Interior, Muammer Güler, cifró por su parte en 1.431 el número total de heridos, incluidos policías. Según su recuento, ocho personas están hospitalizadas en cuidados intensivos y cuatro se hallan en estado crítico.