El Papa viajó a la isla italiana de Lampedusa, la «puerta de Europa» de los inmigrantes indocumentados que buscan en el continente un futuro mejor, para llorar por los que perdieron la vida en las travesías y denunció la «globalización de la indiferencia» ante esas tragedias.
Francisco, en su primer viaje como Pontífice, lanzó una corona de flores al mar en homenaje a los muertos, se reunió con numerosos inmigrantes alojados en la Lampedusa, distante 113 kilómetros de las costas de África, e hizo un llamamiento «para que se despierten nuestras conciencias y para que tragedias como las ocurridas no se vuelvan a repetir».
El Papa denunció «la crueldad que hay en el mundo, en nosotros y en aquellos que en el anonimato toman decisiones socio-económicas que abren el camino a dramas como estos» y también a los traficantes que se aprovechan de la pobreza de los inmigrantes.
Una espina
La muerte hace una semana de siete norteafricanos cuando trataban de llegar a las costas italianas encaramados a las nasas de un pesquero tunecino, que fueron cortadas por los tripulantes, ha afectado al Papa y según dijo ante las 10.000 personas que asistieron en Lampedusa a la misa que ofició allí se le «han clavado como una espina en el corazón».
Francisco decidió que tenía que viajar a esa isla para mostrar su «solidaridad y cercanía». «Inmigrantes muertos en el mar, en esas barcas que en vez de ser un vía de esperanza se convirtieron en un camino de muerte», afirmó el Papa, que añadió que el hombre actual embebido en la cultura del bienestar, «que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos hace insensibles al grito de los otros».