La empresa responsable de ChatGPT, OpenAI, ha alcanzado recientemente un valor en los mercados privados que, sobre el papel, la sitúa como una de las compañías más valiosas del panorama internacional. Sin embargo, en términos financieros reales, OpenAI está experimentando una significativa hemorragia de capital, generando pérdidas a un ritmo que, al menos por el momento, supera con creces sus ingresos y su capacidad de amortización.
Según datos de la Agence France-Presse (AFP), OpenAI ha adquirido compromisos de inversión en hardware de inteligencia artificial por valor de cientos de miles de millones de dólares. Estas inversiones, dirigidas principalmente a la compra de chips semiconductores avanzados, involucran acuerdos con las principales compañías del sector, como Nvidia, AMD y Broadcom. El consumo energético asociado a estos modelos de hardware resulta notable: AFP estima que la infraestructura requerida por OpenAI podría demandar la energía equivalente a 20 reactores nucleares estándar, subrayando la magnitud del desafío tecnológico y logístico.
Los expertos financieros señalan que para cubrir únicamente sus recientes adquisiciones tecnológicas, OpenAI necesitaría obtener beneficios de varios cientos de miles de millones de dólares. Así lo resume Gil Luria, director general de la firma de consultoría financiera DA Davidson, quien subraya la dificultad con la que la empresa afronta el pago de estas inversiones en un plazo razonable. Por su parte, un análisis independiente publicado por Financial Times cifra los compromisos financieros totales de OpenAI en más de 1 billón de dólares estadounidenses, resaltando la complejidad añadida para la estructura económica de la firma.
Una economía global pendiente de la IA
Con cifras de tal envergadura en juego, el impacto potencial de los movimientos de OpenAI trasciende el ámbito tecnológico y afecta directamente a los mercados internacionales. La relevancia de la empresa es tal que diversos analistas consideran que la economía de Estados Unidos y, por extensión, la global, dependen en buena medida de la evolución de la industria de la inteligencia artificial.
La analista de Bernstein Research, Stacy Rasgon, resumió la situación con claridad en una comunicación dirigida a inversores: "Sam Altman tiene el poder de hundir la economía global durante una década o llevarnos a todos a la tierra prometida". Sin embargo, matizó que, a día de hoy, "no está claro cuál de las dos posibilidades está en juego", reflejando la incertidumbre inherente a la estrategia financiera y productiva de OpenAI.
Por otro lado, la valoración reciente de la firma asciende a 500.000 millones de dólares, mientras que los datos publicados por TechCrunch revelan que los ingresos anuales actuales de OpenAI rondan los 13.000 millones de dólares, siendo la mayor parte de esta facturación procedente de las suscripciones a ChatGPT. Este importante desfase entre facturación y deuda acumulada eleva la preocupación de los analistas, que advierten sobre las consecuencias económicas de una posible incapacidad de la empresa para cumplir con sus obligaciones.
El debate sobre el futuro del trabajo
La brecha existente entre el gasto en inteligencia artificial y los ingresos obtenidos ha sido objeto de reflexión por parte de numerosos expertos en tecnología y economía. Lejos de interpretar este fenómeno como una simple burbuja financiera, algunos especialistas sostienen que se trata de una apuesta deliberada de los inversores por una tecnología cuyo potencial radica en la automatización total del trabajo humano.
Esta perspectiva introducida por expertos y observadores tecnológicos apunta a un objetivo subyacente: consolidar el control empresarial sobre los procesos de producción, eliminando potencialmente el último obstáculo que representa la mano de obra. La automatización masiva, auspiciada por sistemas como los desarrollados por OpenAI, plantea interrogantes sobre el futuro del empleo y la sostenibilidad de los modelos económicos actuales basados en el trabajo humano como principal fuente de ingresos para la mayoría de la población.
Declaraciones recientes de altos ejecutivos refuerzan estas tendencias. Algunos de los directores ejecutivos más influyentes de Estados Unidos han manifestado abiertamente su entusiasmo ante la perspectiva de automatizar puestos de trabajo mediante inteligencia artificial generativa. Un caso paradigmático es el del CEO de Verizon, Hans Vestberg, quien, en una entrevista reciente con The Wall Street Journal, aseguró que la empresa se encontraba "muy, muy bien" en cuanto a número de empleados, una afirmación que, aclaró posteriormente, significaba que el número de trabajadores "está descendiendo continuamente".
La inversión en IA, bajo la lupa
En este contexto, surge una pregunta fundamental para el modelo económico actual: ¿qué esperan que hagan los ciudadanos cuando desaparezcan los empleos tradicionales, especialmente en economías donde el acceso al empleo resulta imprescindible para la supervivencia?
La cuestión, planteada de manera explícita por el escritor y periodista de Silicon Valley Malcolm Harris, pone el foco en el trasfondo estratégico de las inversiones masivas en inteligencia artificial: "Lo que querría preguntar sobre la IA es por qué el capital se siente tan compelido a invertir en IA en particular, a costa de cualquier otra cosa". Este debate está ganando espacio en los círculos tecnológicos y financieros, dada la creciente influencia que las empresas de inteligencia artificial ejercen sobre sectores productivos enteros y las profundas transformaciones sociales que podrían derivarse de dicha influencia.
Repercusiones energéticas y medioambientales
La dimensión energética requerida para sostener la infraestructura de OpenAI añade una capa adicional de preocupación para la economía global. La demanda de potencia eléctrica equiparable a la de múltiples centrales nucleares implica no solo desafíos técnicos, sino también un importante impacto medioambiental, en un contexto en el que la sostenibilidad energética es una prioridad internacional. Los acuerdos firmados con fabricantes de semiconductores como Nvidia, AMD y Broadcom subrayan la interdependencia entre desarrollo tecnológico, acceso a recursos energéticos y estabilidad financiera y social.
A falta de una hoja de ruta clara sobre los objetivos finalistas de OpenAI y otras empresas similares, el debate en torno a la inteligencia artificial, el futuro del empleo y la gestión de recursos adquiere una relevancia inédita. La situación exige una vigilancia constante por parte de los organismos reguladores, el sector empresarial y la sociedad civil para evitar desequilibrios que comprometan la viabilidad de la economía mundial.
En el caso de que Sam Altman, el CEO de OpenAI, empresa madre de ChatGPT, no pudiera hacer frente a los pagos, podría generar el estallido de una burbuja financiera que sacudiría a los mercados internacionales. Desde el inicio de su aventura en la inteligencia artificial, Altman prometió que OpenAI sería una empresa de código abierto y que compartiría sus descubrimientos con el resto del mundo. Sin embargo, tras la salida de la joya de la corona ChatGPT, pronto los ingenieros a cargo de Altman se apresuraron en cerrar el código y en ofrecer un servicio de pago, dos hechos contrarios a las promesas de Altman. Ahora, tras recibir inversiones multimillonarias, la compañía no puede hacer frente a los desafíos energéticos y de infraestructura para llevar a cabo esta promesa. Algunos analistas han definido esta actitud como una "huida hacia adelante" e indican que Altman ha recorrido demasiado camino como para volver atrás.
Una investigación de la agencia internacional de noticias Associated Press sitúa a OpenAI en el campo de batalla. Según esta investigación, OpenAI y otras empresas tecnológicas como Microsoft habrían proporcionado al Ejército de Defensa de Israel (IDF, por sus siglas en inglés) softwares de inteligencia artificial para controlar a la población gazatí mediante reconocimiento facial con el objetivo de conocer los movimientos de cada uno de los ciudadanos de la franja para así poder tener una ventaja táctica durante el proceso de limpieza étnica que Israel está llevando a cabo tanto en la franja como también en sus ataques a países vecinos como por ejemplo el Líbano.