La elección ayer de Carme Forcadell como presidenta del Parlament de Catalunya supone un paso más del proceso hacia la independencia, coincidente en el tiempo con la firma por parte del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, del decreto de convocatoria de las elecciones generales fijada para el próximo 20 de diciembre. En Madrid y Barcelona quedó patente que se mantienen estrategias políticas divergentes, antagónicas. Forcadell concluyó su primera intervención con vivas a la futura república catalana ante un hemiciclo dividido, Rajoy por su parte lanza veladas amenazas de suspensión de la autonomía en Catalunya para cerrar la deriva soberanista. Con estos actores y con estas premisas el diálogo y el entendimiento es imposible.
Elecciones plebiscitarias. La obtención de una mayoría parlamentaria está haciendo olvidar a los grupos independentistas –Junts pel Sí y la CUP– la premisa de los comicios del 27 de septiembre: el carácter plebiscitario. Un referéndum encubierto sobre la independencia. Conocidos los resultados se abandona el compromiso, los votos a las formaciones no independentistas fue superior respecto a las que propugnaban la escisión de España, y se utilizan las instituciones para defender el secesionismo. El primer discurso de Forcadell es un claro ejemplo frente al que el autismo político del presidente Rajoy es una simple, y grave, muestra de ineficacia para resolver el problema que hay en Catalunya.
El 20-D como solución. A la vista del cariz que están tomando los acontecimientos, las elecciones del 20-D pueden ser el último cartucho para alcanzar a un pacto que logre salvar la crisis institucional en la que está inmersa España. Rajoy se mantiene inamovible ante una hipotética reforma de la Constitución –aunque admite ya la gravedad de la situación–, la única vía legal para convocar un referéndum que permita determinar, sin subterfugios, qué vinculación desean mantener los catalanes con el resto de España.