Anoche comenzó la campaña de las elecciones del 26-J, en cierto sentido la segunda vuelta de los comicios del pasado mes de diciembre. La nueva cita con las urnas se produce en un ambiente de cansancio y hastío entre los ciudadanos, que asisten atónitos a la repetición de unas votaciones que, previsiblemente, no provocarán cambios sustanciales en las necesarias alianzas para alcanzar una mayoría que permita gobernar. Los bloques ideológicos están muy definidos y sólo queda por determinar las consecuencias que tendrán en el reparto de escaños la abstención y las alianzas preelectorales, los dos únicos pactos que cambiarán respecto al 20-D. En este clima, la encuesta dada a conocer ayer del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) introduce nuevos elementos para la incertidumbre.
El retroceso del PSOE. Uno de los aspectos más relevantes del sondeo demoscópico del CIS es, sin duda, el desplome del PSOE. La coalición de Podemos e Izquierda Unida arrebata con claridad, en el caso de que se cumplan las perspectivas de la encuesta, la segunda plaza a la formación que lidera Pedro Sánchez. El cambio en la correlación de fuerzas en la izquierda puede tener un serio impacto postelectoral, entre otras razones porque obligará a tensar al máximo las posibilidades del PSOE en un eventual acuerdo con un grupo que defiende el referéndum de autodeterminación en Catalunya.
Consecuencias en Balears. Aunque el CIS considera que el PP conservará los actuales tres diputados en el Congreso tras al 26-J, la coalición de Units Podem Més –Podemos, Esquerra Unida y Més– podría superar con claridad al PSIB-PSOE y reducir, todavía más, su representación en Madrid al dejarlo con un sólo diputado en favor de sus más directos adversarios en la izquierda, que lograrían el ansiado tercer escaño en Madrid. Pero son diferencias ajustadas que acrecientan la incertidumbre por unos resultados y sus eventuales consecuencias.