El arranque de la campaña de vacunación contra la COVID-19 en España contrasta con la evolución de la pandemia, que sigue expandiéndose a pasos agigantados. Resulta inexplicable que teniendo ya el remedio más eficaz contra el virus, el ritmo de vacunación sea irrisorio en la mayoría de las autonomías y, por supuesto, muy alejado de las expectativas generadas. En una situación como la actual no es de recibo argumentar jornadas festivas o falta de recursos –Catalunya ha reconocido la falta de ultracongeladores para almacenar el medicamento de Pfizer–, a la vista de los últimos datos no puede haber otra prioridad que acelerar la protección de la población, empezando por aquellos colectivos más vulnerables y esenciales.
Un caos internacional.
Israel y Bahrein son la única excepción frente a las bajísimas tasas de vacunación que registran la mayoría de países, que en algunos casos es meramente testimonial, como en Francia y Portugal, con apenas unas centenares de personas. En países como Gran Bretaña o Alemania, con índices de contagios elevadísimos, el ritmo de inoculaciones es bajísimo. Lo sorprendente del caso es que no se tiene conocimiento de que las farmacéuticas hayan interrumpido las producciones o admitan problemas de distribución.
Todos los recursos.
Baleares, aunque no consume todas las vacunas que recibe, mantiene una cadencia de vacunación superior a la media estatal pero que, sin duda, debe acelerarse. Desde la Conselleria de Salud es urgente replantearse la disponibilidad de los recursos de la sanidad pública y si éstos son suficientes, en caso de una respuesta negativa es preciso recurrir a otros dispositivos. La emergencia del momento requiere, y justifica, esta urgencia; basta recordar cómo se actuó para adquirir el material –equipos de protección y mascarillas– durante la primera ola de la pandemia.