La dimisión de la primera ministra de Gran Bretaña, Liz Truss, apenas un mes y medio después de acceder al cargo, prolonga la profunda crisis de la política británica desde que decidió la desconexión de la Unión Europea que se hizo efectiva en enero de 2020. Desde entonces, la inestabilidad se ha convertido en una constante, favorecida en buena medida por las luchas internas en el propio partido conservador. Lo cierto es que los inquilinos en el 10 de Downing Street se suceden sin que nada indique que haya fórmulas sobre la mesa que permitan anticipar un retorno a la normalidad; prueba de ello son las maniobras de Boris Johnson para volver a ser el premier, un escenario insólito y esperpéntico en el caso de llegar a materializarse.
Deriva sorprendente.
La actividad política en Gran Bretaña hace décadas que no vivía unos momentos tan convulsos como los actuales, un episodio que acaba siendo inevitable vincular al Brexit, a la salida de la Unión Europea tras el referéndum propiciado, precisamente, por los conservadores y de los que Boris Johnson fue uno de sus más firmes defensores. Desde ese momento la sociedad, y de manera muy especial la economía británica, ha entrado en una fase de severo desconcierto que ha generado una crisis de la que no es capaz de encontrar la salida. Las temerarias rebajas fiscales propuestas por Truss ahondaron todavía más en los problemas hasta el punto de verse obligada a dimitir. La política británica se ha convertido en un espectáculo: cinco primeros ministros en apenas seis años.
Recuperar la estabilidad.
El partido conservador debe recuperar con urgencia la unidad perdida o, por el contrario, acelerar la convocatoria de unas nuevas elecciones. Un país como Gran Bretaña, uno de los actores principales de la política en Europa, no puede seguir instalado en el caos y la improvisación gubernamental; la suya es una crisis que nos afecta a todos.