Se han cumplido dos años desde que las tropas de Putin cruzaran la frontera desde Rusia y Bielorrusia e invadieran Ucrania, en febrero de 2022. Es una fecha para la infamia. 24 meses de después, y con decenas de miles de muertos y desaparecidos en ambos bandos, la contienda se está estancando, con tímidos avances rusos tras la fallida contraofensiva de las unidades de Zelenski. Hay, además, indicios alarmantes para Kiev: el apoyo de Europa y, sobre todo, de EEUU se está enfriando a medida que se alarga el conflicto. El posible cambio de inquilino en la Casa Blanca en las elecciones de noviembre no ayuda a la causa ucraniana, cuyos soldados necesitan desesperadamente municiones y armamento en cantidades industriales. Esa es, precisamente, la diferencia con Moscú, que está en condiciones de movilizar una industria pesada armamentística.
Negociaciones de paz.
A todo esto, algunas voces se levantan para exigir ya que Ucrania se siente en la mesa de negociaciones y acepte perder algunos territorios a cambio de la paz. Se trataría, en cualquier caso, de una concesión cuanto menos peligrosa porque habría legitimado una invasión del todo ilegal. No hay que olvidar que en 2014 Putin ya anexionó ilegalmente la península de Crimea, con el potente puerto militar de Sebastopol. En aquella ocasión, la comunidad internacional miró vergonzosamente hacia otro lado, lo que dio alas al mandatario ruso para acometer el ataque a Kiev en 2022.
Desastre económico.
Es evidente que la guerra ha supuesto un desastre económico para Europa, que ya no compra gas ruso y que ha tenido que disparar su presupuesto en Defensa para hacer frente a las amenazas de su vecino del Este. Sin embargo, las sanciones no han lastrado como se esperaba a la economía rusa, que sigue funcionando con relativa normalidad pese a los embargos.