Un año sin atentados. La sola enunciación de esta frase debería llevarnos "a todos" a saltar de alegría, de esperanza, de emoción. Sin embargo, aunque el país haya dormido tranquilo durante 365 días consecutivos, todavía hay quien le pone pegas a la tregua etarra.
Ayer se conmemoraba el primer aniversario del último atentado de ETA, ocurrido en Rentería y que tuvo como víctima a un edil popular en esa localidad guipuzcoana, y los partidos políticos hicieron sus propias valoraciones.
Desde aquel fatídico día "esperamos que sea definitivamente el último" los españoles han acogido entre cautos y esperanzados el anuncio de tregua proclamada por la banda terrorista hace nueve meses.
Los acontecimientos políticos se han desbordado desde entonces. Los partidos nacionalistas vascos han unido sus fuerzas en el Pacto de Lizarra, que ha despertado a su vez la desconfianza de los centralistas. La coalición HB se ha transformado en EH y en su cúpula han cambiado las caras. De la Mesa Nacional encarcelada por colaboración con banda armada hemos pasado al liderazgo de Arnaldo Otegi, un hombre moderado, tranquilo y que despierta mucha más simpatía que su predecesor.
Ahora es el momento de los análisis y en este sentido casi nadie parece coincidir. El Gobierno del PP contempla la tregua como una artimaña política que podría servir a ETA para cumplir su último propósito, que no es otro que la independencia de Euskal Herria. Los nacionalistas vascos, por contra, consideran que un año sin atentados es el preámbulo a la paz definitiva, a la transformación de la banda terrorista en un partido político como los demás, que se limite a defender sus ideas en el foro parlamentario, lejos de las armas y de la sangre.