El atraco que tuvo lugar días atrás en el aeropuerto de Málaga pone de relieve la no más que relativa utilidad de las medidas de seguridad que se adoptan en este tipo de instalaciones. Y es doblemente lamentable que así sea, reconocida la incomodidad que acostumbran a causar en el usuario la mayoría de estas medidas. Ineficaces, además de incómodas, así podrían definirse un conjunto de supuestas estrategias de seguridad que, como se ha comprobado, no son excesivamente dignas de tal denominación. Y aquí no valen explicaciones tan superficiales y obvias como las facilitadas por el ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, quien en un auténtico alarde de perogrullez y presumiblemente abrumado por la magnitud del suceso "el botín de los atracadores asciende a 573 millones" tuvo la ocurrencia de decir que se trataba posiblemente de «una banda de profesionales».
Es probable, aunque francamente vistas las facilidades con las que se encontraron los delincuentes cabe admitir que unos simples aficionados también habrían podido tener éxito. Desde cámaras de vídeo que no funcionaban a la más total ausencia de control sobre quienes deambulaban "al parecer es algo frecuente" hacia los almacenes en donde se produjo el suceso, todo confluyó en uno de los atracos más relevantes ocurridos en toda la historia de la delincuencia española. La refinada tecnología de la que suelen presumir quienes tienen a su cargo la seguridad de bienes y personas, o bien estuvo ausente en este caso, o de cualquier modo no sirvió absolutamente para nada. Es de suponer que, a partir de este lance, quien, o quienes, corresponda tomará buena nota de lo acontecido en Málaga y determinará que se refuercen unas medidas de seguridad que en esta ocasión se revelaron como ineficaces, cuando no inexistentes