Cuando todos esperábamos el gran desastre anunciado por los informáticos del mundo entero con motivo de la entrada en el emblemático año dos mil, el tránsito hacia el mal llamado nuevo milenio se ha saldado con un balance de absoluta normalidad, salvo pequeños incidentes. La única diferencia con años anteriores es que miles de trabajadores de todos los rincones del planeta se vieron obligados a permanecer de guardia en sus puestos de trabajo por si hacía aparición el temido efecto dos mil. Al parecer las máquinas han resultado ser más inteligentes de lo previsto y han sabido adaptarse perfectamente a un cambio de dígitos que sólo tiene sentido para las mentes abstractas de los humanos. Y eso precisamente destaca también de una noche que se ha vivido en todo el mundo "la televisión se encargó de mostrarnos cómo" de forma especial, espectacular y hasta apoteósica, cuando en realidad el año dos mil sólo lo es para el mundo cristiano, que celebra de forma simbólica el nacimiento de Jesús hace dos milenios. Pero el encanto de una fecha mítica y, sobre todo, una labor de márqueting y propaganda digna de pasar a los anales de la historia han conseguido que todos los habitantes del planeta, incluidos musulmanes, hindúes, budistas "quienes tienen otro calendario", sucumban a las ganas de fiesta y celebración.
Y esa misma gigantesca campaña publicitaria ha logrado que casi todos acabemos convencidos de que estamos ya en un nuevo siglo "el XXI, también mágico" y en un nuevo milenio, cuando en realidad quedan aún doce meses por delante para que eso ocurra. En fin, una fecha especial que quedará grabada en la memoria de todos por haber sido tan normal como cualquier otra, a pesar de todo.