Aunque llevábamos meses de promesas y rencillas verbales, acabamos de entrar de lleno en una de las campañas electorales más reñidas. Los dos partidos mayoritarios se enfrentan a un duelo en el que se lo juegan todo. Y en esta ocasión, con el añadido de que los socialistas se han aliado con los comunistas y la derecha ha enfriado sus antiguas relaciones de compañerismo con los nacionalistas moderados.
Así, las cosas están que arden. Pero no sólo por eso. El reciente atentado que ha costado la vida a un dirigente socialista ha creado un ambiente al rojo vivo entre los dos partidos estatalistas y los nacionalistas vascos, que les acusan de organizar una revuelta popular en su contra.
Lo cierto es que no es el mejor momento para iniciar una campaña como debiera ser; es decir, de explicación de programas, de debates televisados, de respeto y positivismo. Muy al contrario, la tradicional pegada de carteles de anoche ha dado luz verde a una verdadera guerra de guerrillas en la que casi todo vale. Antes incluso de eso ya se escucharon ayer las primeras 'perlas' de la campaña con palabras del Gobierno hacia el PNV como éstas: «paranoia», «cinismo», «enajenación», «cobardía». Con este comienzo, no debemos esperar otra cosa que un larguísimo intercambio de insultos, acusaciones y menosprecios entre unos y otros.
Lo tremendo de todo esto es que han utilizado "unos y otros" la trágica muerte de dos personas como escudo para lanzar sus ataques políticos y electorales. Quizá no se dan cuenta, enfrascados como están en su alocada captura de votos, de que los ciudadanos normales y corrientes lo único que quieren conocer es el programa de cada cual, sus planteamientos para el futuro de este país, sus ideas sobre lo económico, lo social y lo político, y no su particular repertorio de exabruptos.