A menos de dos semanas para la cita con las urnas, se lanzan los candidatos a ejercer aquello que tanto les gusta: «Puedo prometer y prometo». Lo lamentable es que algunas de sus promesas son tan inviables que nadie en su sano juicio podría creérselas. En plena campaña se entrecruzan las promesas y se confunde al ciudadano. Bien está que los políticos pongan imaginación en sus propuestas, pero siempre dentro de lo razonable.
Pasemos a los ejemplos. Una de las promesas más llamativas se hizo pública ayer: el presidente Aznar bajará los impuestos a todo el mundo y, en el caso de los pensionistas, el 90% quedará libre de pagar el IRPF. Los socialistas acusan al PP de bajar la presión fiscal para desmantelar la política social del Gobierno. No hay por qué asustarse. Es sabido que los partidos de izquierda abogan por fortalecer el papel del Estado en detrimento de lo privado, y los de derechas, por todo lo contrario. Así que no tendría nada de raro que el PP prosiguiera con su política de privatizaciones y pudiera así prescindir de parte de su recaudación impositiva. Pero las promesas de Aznar no se quedan ahí. Anuncia que en la próxima legislatura el paro en España estará por debajo de la media europea y en el 2010 habrá pleno empleo. Seguramente confía en la poca memoria de la gente.
La izquierda tampoco se queda atrás. Almunia promete que habrá una cama hospitalaria para cada enfermo de este país y Frutos que impondrá las 35 horas semanales. Quizá estén tan seguros de que no van a ganar que pueden permitirse el lujo de prometer cuestiones impracticables. Y si realmente ganan ya se buscarán algún argumento para excusarse ante sus votantes.
Otro gallo cantaría si los ciudadanos tuviéramos otros medios "aparte del voto en blanco o la abstención" para exigir el cumplimiento de lo pactado.