La paz para Oriente Medio pende de un hilo. Así lo creen muchos expertos tras el inicio, ayer, de la cumbre de Camp David entre el primer ministro israelí, Ehud Barak, el presidente de la autoridad palestina, Yaser Arafat, y el presidente norteamericano, Bill Clinton. No será, desde luego, un camino de rosas para ninguno de ellos. El líder israelí acaba de superar por los pelos una moción de censura en su país, acosado por el derechista bloque Likud precisamente por su actitud hacia los palestinos, a quienes se le acusa de ceder demasiado terreno. Se presenta, por ello, una oportunidad histórica para Barak: dar un primer paso firme y decidido hacia la paz, claro está, dejando en el camino algunas concesiones hacia los árabes.
La situación es complicada, pues los palestinos tratan de
establecer su propio Estado dentro de las fronteras que actualmente
ocupa Israel. Son territorios ganados mediante guerras y
ocupaciones militares a lo largo de los 52 años de existencia del
país hebreo que ahora deberán, de alguna forma, repartirse. Ya
hemos visto cómo el Ejército de
Israel abandonaba de forma pacífica y casi por sorpresa los
territorios ocupados en Líbano, algo que parecía imposible, y por
ello son amplias las esperanzas de que tras esta cumbre veamos
logros semejantes. Pero no será fácil, ni rápido, ni
placentero.
Están en juego muchas cosas. Entre ellas, quizá la más simbólica
para ambos bandos, el estatuto de Jerusalén, que todos se disputan
como ciudad sagrada. Es previsible que Israel jamás ceda la ciudad
a los árabes y serán probablemente éstos quienes tendrán que
aparcar sus aspiraciones a cambio de contrapartidas beneficiosas
para ellos, como el desmantelamiento de algunas colonias judías y
cesiones en otro delicado asunto: el reparto del agua, tan escasa
por aquellos lares.