Nunca antes en la historia se había visto una alianza internacional tan poderosa para atacar y derrotar a un solo hombre: Sadam Husein, presidente iraquí que, diez años después, continúa en su puesto, dirigiendo su depauperado país con mano de hierro. Quizá nunca sabremos las razones por las que el hombre que desafió el poder de Estados Unidos consiguió permanecer idemne en su trono, porque los estrategas norteamericanos no suelen tener demasiados remilgos a la hora de deshacerse de según qué elementos incómodos.
Ha pasado una década. La política internacional de bloqueo al país del golfo para intentar limar el poder omnipresente de Husein ha demostrado ser un fracaso total, pues los únicos perjudicados, y mucho, por las sanciones contra Irak son los iraquíes, privados desde hace años de suministros médicos y alimenticios. Miles de niños han muerto desde entonces víctimas de nuestra indiferencia hacia un país al que castiga todo Occidente sin razón, pues el único responsable de sus desdichas sigue vivito, coleando y disfrutando de las riquezas y privilegios de que carece su pueblo.
Pero así es la política internacional y nadie parece capaz de advertir que esto no funciona. Peor aún, las últimas noticias nos hablan de un Sadam Husein tan endiosado y soberbio como aquél de hace diez años. Asegura que su ejército está preparado para proteger a los palestinos del «enemigo» israelí y, no contento con eso, su hijo mayor y supuesto heredero, reclama un nuevo diseño de las fronteras de su país incluyendo a Kuwait entre sus provincias. Volvemos a las andadas.
Quizá sean faroles para reforzar la adhesión de sus súbditos, pero no estaría de más vigilar de cerca a un personaje que, hasta ahora, no ha provocado más que desastres a su alrededor.