El País Vasco celebró ayer su tradicional «Aberri Eguna» (día de la patria vasca) cuando cada vez es más evidente la confrontación entre nacionalistas y no nacionalistas. El lehendakari Juan José Ibarretxe afirmaba ayer que la tarea de construcción y de dirección de Euskadi a partir del 14 de mayo debe ser de todos, los nacionalistas y los no nacionalistas. Y no deja de ser razonable la afirmación del presidente vasco si no fuera porque cada día las posturas son más enfrentadas y la fisura se abre más y más entre unos y otros.
El empecinamiento de los partidos llamados constitucionalistas, por un lado, y algunas declaraciones de los nacionalistas del PNV, en especial algunas afirmaciones de su presidente Xabier Arzalluz, no hacen sino poner más trabas a una presumible y deseable unidad de acción frente a los violentos.
Si bien es cierto que es legítima cualquier aspiración a la autodeterminación y, más aún, la consecución de las mayores cotas de autogobierno para todas y cada una de las comunidades autónomas del Estado, resulta chocante y hasta poco razonable que en el empeño se utilicen posturas intransigentes, excesivamente radicales, que sólo pueden conducir a un diálogo de sordos y a un camino sin salida.
El día de la patria vasca no puede ser un acto de enfrentamiento, de ataques del uno al otro. Realmente debería ser la jornada de reafirmación de una cultura y unos valores propios, una jornada reivindicativa, pero nunca un día en el que se sigue sembrando la división en el seno de la sociedad. Cuando realmente se haya convertido en esto, en un día de, por y para todos los vascos, se habrá alcanzado la normalidad, pero, por lo visto, falta mucho aún por andar.