La tragedia acaecida el martes en un hogar de Can Pastilla ha puesto de manifiesto una realidad casi oculta en esta sociedad en la que vivimos. No es el momento de juzgar la decisión del anciano, enfermo de cáncer, que acabó con la vida de su mujer, afectada por el mal de Alzheimer, y después se suicidó porque ya no podría cuidarla. En su desesperación pensó que ésta era la única solución para ambos. Es indudable que se sintió solo y no confió en la ayuda que podían prestarle las instituciones. ¿Es un caso único? Difícil es saberlo pero en Balears son muchas las personas mayores que viven la última etapa de su vida sin apenas ayuda familiar o institucional.
A medida que el mundo se moderniza tendemos a considerar la vejez como un lastre y a menudo nos vemos incapaces de proponer respuestas rápidas y eficaces ante los problemas de los ancianos. Traspasar la barrera de la tercera edad puede convertirse en un atolladero si no se cuenta con recursos económicos suficientes y apoyos familiares y sociales. En una sociedad avanzada como la nuestra, los organismos públicos deben garantizar que las personas en dificultades reciban asistencia.
Según los responsables de servicios sociales, nadie solicitó ayuda para los dos ancianos, que podrían haber sido atendidos en un centro especializado. Nunca sabremos por qué no se pidió ayuda. ¿Por exceso de celo o por desconocimiento? Si podemos extraer una lección de esta tragedia, tal vez sea la de reflexionar sobre el hecho de que muchos ciudadanos ven a las instituciones como elementos lejanos y ajenos, insolidarios con la soledad y el dolor de unos mayores que viven en silencio su tragedia personal, desconfiando de los organismos públicos. En este caso, oficialmente había plaza disponible para ellos. Pero, ¿en los otros casos que pueda haber? Los datos indican que son muchísimas las personas en lista de espera. Es urgente crear más residencias para mayores y, sobre todo, que se haga un esfuerzo para acercarse a las personas que necesitan ayuda.