Parece que en los últimos años se está produciendo cierta tendencia "seguramente no espontánea" favorable a que los grandes dictadores y los políticos corruptos más renombrados acaben con sus huesos en el banquillo de los acusados para dar cuenta de sus crímenes. Acaba de ocurrir en Yugoslavia, que al fin, gracias a una complicada maniobra política, ha dado el visto bueno a que Slobodan Milosevic, acusado de crímenes de guerra por la comunidad internacional, comparezca ante el Tribunal Penal Internacional de La Haya.
La mayoría de la población serbia es contraria a esta medida, pero no se esperan disturbios graves en el país porque después de la guerra y del vacío al que le someten el resto de las naciones del mundo los ciudadanos están agobiados por sueldos de miseria. Y saben "todo el mundo lo sabe desde hace meses" que la entrega del que fuera su líder indiscutible era la condición impuesta por Estados Unidos para empezar a inyectar millones de dólares allí.
Tanto es así que se espera que hoy mismo desde La Haya viajen a Belgrado mil doscientos millones de dólares. Como contrapartida. Ahora, dejando aparte ideologías o colores políticos, revanchas o venganzas, la comunidad internacional, todos nosotros, tenemos que exigir justicia, que se le aplique la ley con rapidez, con garantías y con la humanidad que él nunca tuvo para con sus víctimas.
Y no pararse ahí, pues en la guerra de los Balcanes, como en cualquier otra de este siglo pasado, los abusos, los crímenes y la brutalidad han sido ejercidos por igual por todos los bandos. También los responsables de las salvajadas cometidas por croatas y bosnios deberán ser perseguidos, para establecer culpabilidades y cumplir condenas. Sólo así podrá algún día restablecerse allí la convivencia.