Un trabajador de Borneo tendrá que trabajar durante 156 años para ganar lo mismo que el director ejecutivo de la Disney gana en una hora. Es un dato extraído de un estudio que nos da una idea clarísima de lo que defiende el movimiento contra la globalización del planeta. «Ninguna persona es ilegal», dicen. Pero en este mundo que hemos creado entre todos, desde arriba, muchas personas son catalogadas como ilegales sólo por intentar sobrevivir.
Las barricadas que protegen el mundo rico serán cada día más altas y estarán mejor protegidas "han gastado 150.000 millones en seguridad para blindar Génova y de nada ha servido" y eso tampoco impedirá que ese Sur que se muere de hambre se empeñe en salir adelante. Es ley de vida. Las leyes humanas, en cambio, son las que condenan a millones de seres humanos a la más indigna de las condiciones: la esclavitud. Nuestro pequeño y privilegiado mundo goza de todas sus riquezas a costa de que el resto del planeta sufra las peores calamidades. Y cuando intentan salir del hoyo les impedimos la entrada en nuestro club elitista.
Son muchos los factores que se confabulan para que esto ocurra, el económico es sólo uno de ellos, pero es quizá contra el que es más urgente luchar. Por eso miles de jóvenes se presentan en cada cita de altos vuelos económicos para llamar la atención, para hacer ruido, a veces recurriendo a una violencia injustificable que se vuelve contra ellos, como ha ocurrido esta vez. Pese a los propósitos de grupos mayoritariamente pacifistas, siempre hay elementos radicales que protagonizan auténticas estrategias de guerrilla urbana para defender sus ideales.
No debe ser éste el camino para las reivindicaciones, pero tampoco parece lógico que, tras lo sucedido ayer en Génova, deban tener continuidad esas cumbres de los más poderosos. Ninguna ciudad merece ser elegida como campo de batalla. Ni ninguna cumbre vale una sola vida humana, aunque de sus decisiones, lamentablemente, depende que muchas se pierdan en la miseria a diario.