Ya han aparecido numerosos casos "uno de ellos mortal" de contaminación por la bacteria del ántrax, creada de forma artificial, y una vez ha ocurrido en Nueva York, en el Rockefeller Center de Manhattan, un edificio tan conocido como las desaparecidas Torres Gemelas. La víctima neoyorquina es una mujer, al parecer periodista, que se recupera en un hospital de la temible infección. Otros ocho casos, también entre gentes de la prensa, se produjeron en Florida.
La alarma ha empezado a cundir entre la población, aunque de tener estos ataques alguna vinculación con el terrorismo islámico, hay que decir que la brutalidad es más selectiva y menos generalizada.
Todo el mundo es consciente de que fabricar bacterias asesinas en un laboratorio no está al alcance de cualquiera; se necesitan medios económicos, conocimientos específicos y medios técnicos muy concretos. Se trata de una enfermedad "el carbunclo" conocida ya desde los tiempos bíblicos, que se desarrolla de tres formas "epidérmica, gástrica y pulmonar" y que en algunos casos resulta letal, especialmente cuando se inhala. Ni las vacunaciones masivas ni las máscaras de gas parecen ser eficaces para atajar el miedo que empieza a apoderarse de la población.
El poderío económico de la organización que lidera Osama Bin Laden y su empecinado tesón en llevar el mal allá donde se le ocurre hacen temer esta nueva forma de destrucción total. De momento nada nos lleva a pensar que los contagios recientes tengan que ver con el terrorismo y, de ser así, puede que esta vez los asesinos hayan puesto el punto de mira en los periodistas. Lo cierto es que cualquier precaución es poca y tampoco está de más la idea de tranquilizar a los ciudadanos con explicaciones claras y concretas.