El espectáculo dado por los partidos políticos pitiusos en relación con la transferencia de carreteras da mucho que pensar. En mitad de legislatura, la falta de sintonía entre los representantes legales de los ciudadanos puede traer "y de hecho ya trae" consecuencias preocupantes que pueden ralentizar el ya de por sí lento proceso de creación del modelo institucional al que camina una comunidad compleja como la nuestra, donde la insularidad lo determina todo. No ha habido acuerdo entre Pacte y Verds y mucho menos entre Pacte y PP. Pero eso no es lo peor (al fin y al cabo, seguirá existiendo un titular que mantendrá la obligación de cuidarlas y mejorarlas). Se ha demostrado una inflexibilidad total en un tema relativamente sencillo de resolver (se trataba de pedir o no la competencia, para que ésta no dependa de un organismo espacialmente lejano) y se ha dado vueltas y más vueltas en torno a puntos que ni siquiera tendrían que haberse tenido en consideración. Ha sido una maniobra política infructuosa, o casi. Ahora los electores, los ciudadanos al fin y al cabo, son conscientes de a quién han dado su confianza y tomarán nota. Cada uno de los personajes que han aparecido en esta tragicomedia ha quedado claramente reflejado, unos para bien, otros, evidentemente, para mal. Se han mezclado las cosas hasta un punto intolerable. Se ha tratado de mezclar un punto con el siguiente, para, al final, no conseguir nada. Se ha marcado que se corre el riesgo de repetir en los dos años que quedan hasta las próximas elecciones autonómicas y se ha alterado el ritmo de transformación del hecho autonómico, tan complicado de conseguir y tan doloroso de mantener. Paradójicamente, el mismo modelo político que permite garantizar el control de la cosa común se transmuta en un ingenio caprichoso y complicado que dificulta más que ayuda. Esto no puede seguir así.
Editorial
Las carreteras, de otros