Una de las viejas aspiraciones de los nacionalistas del viejo continente consiste en crear una «Europa de las naciones» en la que cada gobierno autonómico "en el caso español" tenga voz y voto a la hora de tomar decisiones que le afecten. La razón que alegan, dotada de toda lógica, es que nadie mejor que uno conoce sus propios intereses, sus problemas y sus posibles soluciones. Esta semana el nuevo presidente del Consejo Europeo, José María Aznar, presentó ante el pleno del Parlamento de Estrasburgo sus directrices para el semestre de presidencia española y se debatieron estos asuntos. Aznar dejó bien clara su postura, rechazando de plano esta posibilidad y reivindicando la potestad de los estados para repartir competencias a las entidades regionales o locales, a lo cual el PNV respondió inmediatamente acusando al líder popular de poner la Presidencia Europea «al servicio de su obsesión autoritaria contra la diversidad europea».
Por lo demás, Aznar puede echar un rápido vistazo a la realidad que tiene alrededor y verá que hay problemas urgentes a los que poner coto, como el desempleo, la desaceleración económica, el casi imposible acceso de los jóvenes a una vivienda, la caída de la natalidad, las bolsas de marginación... en fin, un panorama cotidiano que ha eludido cuidadosamente en sus prioridades, centradas en temas mucho más grandilocuentes y ajenos al ciudadano de a pie, como el terrorismo "lógicamente, pues nos afecta de forma dramática y directa a los españoles, aunque no tanto al resto de europeos", la futura reforma institucional de la UE y el debate en profundidad del Libro Blanco sobre la Gobernanza europea.
En fin, tenemos seis meses por delante para ver qué es capaz de hacer España para mejorar la calidad de vida de los europeos.