El partido mayoritario de nuestro país celebra desde el viernes su XIV congreso con un ambiente de optimismo y también algunas dudas. Más de tres mil compromisarios escuchan las ponencias que pretenden estructurar la filosofía de un partido que, pese a su pretendida imagen de modernidad y centrismo, adolece todavía de algunos tics que delatan falta de democracia interna. Como todos los partidos.
La figura de un presidente todopoderoso "empieza a recordar al Felipe González de los tiempos de «Dios»" al que ni siquiera se le puede mencionar el delicado asunto de su sucesión pone en entredicho que, en efecto, el Partido Popular pueda equipararse, en este sentido, a otros partidos europeos.
La ponencia sobre los estatutos ha sido, juntamente con la del «patriotismo constitucional», una de las más polémicas. La enmienda de Alvarez-Cascos, finalmente retirada, ha puesto el dedo en la herida. Conociendo la Historia de este país, en la que por desgracia se han vivido largas épocas de caudillismo, no se entiende la actitud de tantos dirigentes que siguen presionando a Aznar para que rompa su promesa y vuelva a ser candidato a La Moncloa. Si el PP es un partido democráticamente maduro debería asumir con normalidad, y cuanto antes, que la actual época Aznar tiene fecha de caducidad y que ningún hombre es imprescindible.
Por lo que respecta a la ponencia del «patriotismo constitucional», hay que lamentar que haya sido derrotada la enmienda balear, que proponía la expresión «patriotismo estatutario», en referencia a los estatutos de las CC AA, y sugiriendo una visión más amplia del Estado, en la que las autonomías deben jugar un papel determinante. Lo que preocupa no es una expresión más o menos afortunada. Lo que inquieta es que sea un síntoma de una política centralista. El PP balear sabía que su propuesta serían derrotada en Madrid, pero no cabe duda de que al presentarla ha sintonizado con la opinión de muchos ciudadanos de estas Islas.