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Editorial

De la utopía al pragmatismo

En esa nueva estrategia exhibida por el movimiento antiglobalización en los últimos tiempos, consistente en buscar soluciones en lugar de limitarse a denunciar los problemas existentes en el mundo, llama la atención el acierto que se ha tenido en escoger la deuda externa de los países más pobres como una cuestión crucial. Ello revela una madurez que, a no dudarlo, otorgará mayor «respetabilidad» a los antiglobalizadores en los foros internacionales, a la vez que se erige como un interesante punto de inflexión en el logro de ese mundo más justo que en principio todos, globalizadores y antiglobalizadores, están obligados a perseguir. En encuentros como el más reciente de Porto Alegre y en otros posteriores, aunque de menor resonancia, se advierte indiscutiblemente un intento de viajar de lo utópico a lo pragmático, en el que los responsables de los grupos antiglobalización deben perseverar. Ciñéndonos a la cuestión de la deuda externa, tres criterios parecen inspirar a los críticos con el sistema mundializador. En primer lugar, habría que empezar por decir lo que ya se ha recordado, y es que una razón básica para cuestionar la obligación del pago de la deuda por parte de los países pobres, radica en que dicha deuda no la contrajeron los pueblos,sino sus malos gobernantes. Por otra parte, distintos especialistas en economía que militan en movimientos antiglobalización, han señalado ya que la deuda externa de los países en desarrollo se podría condonar sin que ello supusiera en absoluto la quiebra del sistema financiero; avala esa teoría el hecho de que mientras la deuda de esos países apenas alcanza el 5% de la deuda mundial, la de Estados Unidos es 30 veces mayor. Finalmente y como muestra de que en esta materia se ha seguido hasta ahora un mal camino, se aduce el ejemplo de Argentina, en donde han fracasado estrepitosamente las recomendaciones al respecto del Fondo Monetario Internacional, aplicadas por los últimos gobiernos de Menem y de la Rúa. Los argumentos de quiénes se oponen a la globalización presentan, pues, cierta coherencia. Ahora sólo falta que sean atendidos por quiénes procede.

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