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Editorial

Una celebración amarga

El mundo entero celebra hoy el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, aunque seguramente la mitad de todo ese mundo "la de sexo femenino" no tendrá tiempo ni ganas de celebrar nada. Así que, lejos de los titulares de los periódicos, de las manifestaciones políticas y de las palabras de buena voluntad, hoy la mujer trabajadora "todas lo son, a excepción de cuatro señoras de la altísima sociedad ociosa" vivirá un día como otro cualquiera, es decir, sin descanso.

Las que siguen aferradas al viejo modelo de ama de casa ejercen su oficio las 24 horas al día y los 365 días al año, aunque sobrepasen la edad de la jubilación, aguantando además reproches y burlas de amigos y familiares, que desprecian su labor. Las que compaginan el trabajo con el hogar, más de lo mismo: doble jornada y, muchas veces, la necesidad de ceder la mitad de su salario a otra mujer para que le ayude a mantener la casa un poco en orden. Y luego están las mujeres de los países en vías de desarrollo, o sea, las que sobreviven en un ambiente de pobreza, machismo e ignorancia, ajenas a las celebraciones de un mundo que no es el suyo.

Amnistía Internacional lo ha denunciado: más de treinta países mantienen en sus legislaciones los castigos físicos contra las mujeres, que pueden llegar a la muerte. En estas penosas circunstancias poco pueden importar las declaraciones de los políticos, asegurando que luchan por las listas conjuntas, cuando la realidad nos describe otro cuadro bien distinto: mujeres maltratadas, explotadas, abandonadas... y unas cuantas que gozan de cierto estatus social, económico y cultural. Queda mucho por hacer y parece mínimo el esfuerzo que se detecta. De ese 30 por ciento menos que las mujeres cobran cada mes se olvidan pronto los hombres y del resto de los agravios que sufren a diario, también.

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