La situación en Oriente Próximo es tan complicada, tan profundamente difícil y tan desesperada que parecía de ilusos creer que la mediación de una sola persona, por importante que fuera, podría poner fin a un enfrentamiento tan vertiginoso, feroz y tremendo. Por eso ayer el secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, regresaba a Estados Unidos con las manos vacías, tras una misión que ha resultado un fracaso absoluto "al menos en lo que se refiere a soluciones concretas e inmediatas" y en la que a punto ha estado de arriesgar la propia vida. No es de extrañar, pues su objetivo era tan ambicioso como éste: conseguir que el Ejército israelí se retirara de las ciudades de Cisjordania que tiene ocupadas y que Yaser Arafat proclamara un alto el fuego.
Ante lo titánico de su empresa, el jefe de la diplomacia estadounidense solamente consiguió la confirmación de una futura retirada israelí, aunque sin fecha, lo cual prácticamente invalida la misión americana. El resultado de todo ello es que los palestinos, que habían impuesto como condición previa a la tregua la retirada hebrea, consideran que, en realidad, Washington tiene poco interés en presionar al Gobierno de Ariel Sharon para que cumpla las resoluciones de la ONU e incluso han llegado a creer que «Bush apoya totalmente la agresión israelí».
A los ojos del ministro español Piqué "ahora al frente de la diplomacia europea" el fracaso no es tan obvio, ya que asegura que se han conseguido avances importantes. Quizá por eso se anuncia la llegada a la zona, el domingo, del director de la CIA, que intentará a su vez forzar una nueva conferencia de paz. Aunque parece claro que mientras Arafat se muestre incapaz de controlar las facciones terroristas que siembrar el pánico en Israel y Sharon no ceje en su empeño de acabar a tiros con ellos, poco se podrá lograr.