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Editorial

Un digno final para un Mundial atípico

Finalizó el Campeonato Mundial de Fútbol 2002, el primero que se celebra en Asia, con el triunfo de Brasil, que consigue por quinta vez el título, en esta ocasión de la mano de un Ronaldo que, sin estar al cien por cien, sin embargo ha brillado a una altura considerable. Al margen del último encuentro, caben muchas consideraciones en torno a esta competición y, sin lugar a dudas, una de ellas es la polémica por determinados arbitrajes, entre ellos el que sufrió España frente a la anfitriona Corea del Sur, en los que la inexperiencia de los colegiados ha provocado las decisiones más inverosímiles. Aunque la responsabilidad última de estas situaciones deba recaer en los dirigentes de la FIFA, con Joseph Blatter, su presidente, a la cabeza, que han hecho gala de una excesiva prepotencia y de escasa capacidad de encaje cuando se ha cuestionado el sistema de elección y designación de los árbitros.

Como en otras tantas ocasiones, se nos queda el regusto amargo de ver como la selección española se nos ha quedado en cuartos, cuando todas las circunstancias apuntaban a mayores posibilidades.

Pero pese a todo, pese a no ser éste uno de los mejores mundiales de los últimos tiempos, sí nos ha brindado algunos momentos dignos de ser recordados. Y, además, una final en la que, después de todos los avatares de este campeonato asiático, uno puede acabar reconciliándose con el fútbol. El espectáculo estuvo servido desde el primer momento y, frente a una selección carioca que todos daban por vencedora, surgió una Alemania desconocida y que puso en aprietos a los canarinhos en muchos momentos del encuentro. Fue un digno punto final a un Mundial atípico en el que, eso sí, en sus postrimerías, se ha impuesto el fútbol.

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