Por fin la cordura se ha instalado en Perejil dejando atrás las ocupaciones sucesivas por parte de militares marroquíes, primero, y españoles, después. Hoy el islote vuelve a lucir la imagen que ha tenido siempre, libre de armas, de banderas y de seres humanos. Es una excelente noticia que permitirá abrir un proceso mucho más profundo de negociaciones entre los dos países, tras quince meses de tensiones por asuntos cruciales como el tratado de pesca, la inmigración ilegal, la retirada del embajador en Madrid, el sempiterno conflicto del Sáhara y las absurdas reivindicaciones marroquíes sobre Ceuta y Melilla.
Todo ello ha contribuido a tensar las relaciones bilaterales hasta alcanzar el grado máximo con la repentina y sorprendente decisión de Rabat de enviar soldados a la isla Perejil, en plena celebración de los festejos de la boda real. Una actitud inadmisible que provocó la reacción española, poniendo la pelota nuevamente sobre el tejado de Marruecos. La intervención mediadora estadounidense ha resultado definitiva para el rápido arreglo de una situación que no podía de ninguna manera prolongarse en el tiempo.
Con discreción y un considerable esfuerzo diplomático al fin se ha llegado a un acuerdo para dejar el islote como estaba antes del despropósito. Ahora queda lo más difícil: devolver a las relaciones hispano-marroquíes la confianza de antaño, cuando ambos países "como sus monarcas" se consideraban «hermanos». A ninguno de los dos le conviene una ruptura ni un enfriamiento, pues tanto España como Marruecos tiene enormes intereses mutuos que defender y proteger y de lo que se trata ahora es de modernizar unas relaciones ancladas en el pasado y fijar las bases de un entendimiento sólido.