Aznar ya se encuentra en Washington, en una visita oficial de dos días en la que se entrevistará con el presidente norteamericano, George Bush. En la agenda, asuntos de calado internacional, como la crisis de Irak, las consecuencias del vertido dePrestige, la actuación de la Armada española en aguas del Índico y la situación de Latinoamérica.
Todo eso está muy bien, pero no debe eludirse un asunto que nos afecta a todos y que demuestra a las claras el talante de la política que dicta Bush desde el 11 de septiembre del año pasado: la orden dada a la CIA para que asesine a los terroristas de su lista negra allá donde los encuentre.
La decisión norteamericana tiene su enjundia, porque da por hecho que los espías de la CIA podrán actuar con total impunidad en cualquier rincón del mundo -algo que recuerda la postura de Washington con el Tribunal Penal Internacional-. Pues bien, no debería dejar Aznar la oportunidad de exponer a Bush sus reservas al respecto, porque ¿qué ocurrirá si uno de esos terroristas de Al Qaeda -no sería el primero- vive o es encontrado en nuestro país? ¿Le asesinarán así, por las buenas, amparándose en una decisión completamente ajena a las autoridades españolas?
La cruzada norteamericana contra el terror empieza a ponerse fea. Después del lamentable incidente con el barco cargado de misiles rumbo a Yemen en el que la Armada española arriesgó a sus hombres para llevar a cabo una acción anulada después por Estados Unidos, España debería imponer ciertos límites al socio americano.
Si el nuestro es un país democrático, cualquier terrorista localizado debe ser detenido y juzgado con todas las garantías procesales, aunque la CIA le ande detrás.