Aunque ha costado lo suyo, en Catalunya parece que ya hay pacto de Gobierno y no será de cariz nacionalista, como se pensó en un principio, ni de concentración, como también se planteó en su momento. Finalmente se ha impuesto la opción de izquierdas con un tripartito en el que tomarán parte el PSC, ERC e IC, adjudicando la Presidencia a Pasqual Maragall y reservando el cargo de conseller en cap para Carod Rovira.
Conocidos los resultados electorales -el PSC fue el partido más votado, aunque con menos escaños que CiU-, las variables estaban abiertas, aunque quizá se dibujaba con fuerza la posibilidad de un cambio de tendencia después de 23 años de pujolismo. Siquiera sea por higiene política, la alternancia debe ser bienvenida.
Ahora bien, el triunfo de la izquierda, que abre un período de notables cambios en la política catalana, no habrá sido bienvenido en algunas facciones del socialismo español, que no ven con buenos ojos la convivencia con los independentistas. No faltarán tampoco las críticas a ERC por instalar en la Generalitat a un partido estatal en detrimento de un partido nacionalista como CiU, que ha sido determinante para la reconstrucción nacional de Catalunya. Pero no cabe duda de que las acusaciones de clientelismo dirigidas a la federación liderada por Pujol han aconsejado a Esquerra decantarse por la renovación. De cualquier modo, cabe suponer que los socialistas prefieren tener la oportunidad de gobernar, aceptando las posibles hipotecas del pacto, y considerando además que el independentismo de ERC viene a ser, al menos por el momento, una pura utopía.
No cabe duda de que en los próximos días se hablará largo y tendido de las repercusiones que el pacto catalán tendrá para el PSOE de cara a sus expectativas en las eleciones generales. De momento, lo único cierto es que Catalunya se prepara para afrontar, sin dramatismo alguno, un cambio radical que coloca en la oposición a quienes han dirigido el país durante casi un cuarto de siglo.