El precio de la vivienda en Balears ha crecido un veinte por ciento en 2003, superando de día en día unos baremos hasta hace poco inimaginables. Nadie parece conocer el secreto para contener los precios y menos aún para bajarlos, porque lo cierto es que los pisos se venden, aunque superen ampliamente los treinta millones de pesetas.
El misterio está en los tipos de interés, que permiten a las familias embarcarse en créditos hipotecarios millonarios a larguísimo plazo a base de cuotas más o menos razonables, pues hoy se paga por veinte millones lo mismo que diez años atrás se abonaba por siete, de forma que el esfuerzo viene a ser el mismo. Sin embargo, aunque cambiar de casa resulte relativamente asequible para quien dispone ya de una vivienda para vender, cuando hablamos de los jóvenes que acceden a su primer hogar la mayoría de las veces el asunto se convierte en una utopía. De ahí que hoy los hijos no abandonen la casa paterna hasta pasada la treintena.
Y otro tanto puede decirse del mercado del alquiler, que ha visto cómo sus precios se duplicaban y hasta triplicaban en pocos años, en la misma proporción que la compra-venta.
Así las cosas, el Consell Insular ha decidido levantar la moratoria urbanística para los edificios plurifamiliares, lo que, según algunos, conllevaría a partir de 2005 cierto abaratamiento del precio de la vivienda gracias a la existencia de una mayor oferta. Cierto es que esto puede dar esperanzas a algunos y negocio a otros, pero es un tema profundo y complicado que debemos afrontar sin nervios porque el futuro de Mallorca depende de ello. Urbanizar la Isla puede traer una bonanza económica, menos paro y quizá una cierta moderación en los precios, pero tal vez sólo sea un espejismo a corto plazo que acarree a la larga más inmigración y una Mallorca de cemento que habrá perdido el más valioso de sus encantos: la naturaleza privilegiada que estamos destruyendo.