Acaban de tomar posesión de sus cargos los nuevos ministros de José Luis Rodríguez Zapatero y ya tenemos una polémica servida. El incidente entre el nuevo ministro de Seguridad, José Antonio Alonso, y su predecesor en el cargo, Àngel Acebes, no tiene desperdicio. Y en ésta, como en muchas discusiones hueras, cada uno tiene una parte de culpa. Alonso, al insinuar que quizá hubo imprevisión política en los atentados del 11-M, ha cometido un error, que puede atribuirse a su falta de experiencia política, pero no se puede pasar por alto. Nunca con anterioridad un ministro del Interior había lanzado estas insinuaciones a su antecesor. Nadie podía prever que se produciría en España una masacre de tal envergadura. Nadie se esperaba que el integrismo islamista golpease Madrid con tanta saña. Había indicios de presencia de magrebíes relacionados con grupos integristas, pero de ahí a aventurar que el Gobierno era consciente de la peligrosidad de estos individuos y no tomase las medidas oportunas media un abismo. Si no hay pruebas de esa «imprevisión», no se puede acusar al Gobierno anterior.
Sin embargo, la reacción de Acebes y de Mariano Rajoy lanzando un rosario de insultos al nuevo ministro -miserable, vil, deshonesto, incompetente...- es desproporcionada. No les falta razón al criticar la actitud del ministro, porque un ministro de Interior debe tener entre sus primeras virtudes el don de la discreción, dado lo delicado de su cargo, pero esta bronca ha sido excesiva. La dirección del PP ha exagerado su malestar e indignación para sacarle rendimiento político y poder golpear al Gobierno a la primera oportunidad, aprovechando el flanco que ha dejado abierto el nuevo ministro.
Ojalá que todo quede en un desagradable incidente y no sea el preludio de una escalada dialéctica basada en las descalificaciones y los insultos.