Coincidiendo con el segundo aniversario del hundimiento del «Prestige» se ha publicado ahora un estudio sobre la contaminación marina, cuyos datos a buen seguro se barajarán en el debate que sobre el tema celebra el Parlamento europeo. Tan sólo en el Mediterráneo se vierten 57.000 toneladas anuales de residuos ilegales derivados del petróleo, alcanzándose las 109.000 toneladas si consideramos el total de las costas europeas. Son, obviamente, cantidades lo suficientemente importantes como para perjudicar a la vida marina. Y causan una particular desazón si tenemos en cuenta que la flota europea está considerada una de las más seguras del mundo, pero ocurre que la mayoría de buques que navegan por aguas europeas tienen bandera de otros países. Hasta ahora, ni las sanciones, ni las recomendaciones encaminadas al cumplimiento de los convenios y reglamentos establecidos han logrado los resultados apetecidos. Unas prácticas perniciosas insertas ya en la práctica diaria del faenar de los petroleros son muy difíciles de erradicar. En lo que concierne a los vertidos incontrolados, es habitual que los buques petroleros aprovechen la noche para limpiar sus tanques en alta mar, ahorrándose así el dinero y el trabajo que les supondría hacerlo de forma reglamentaria al llegar a puerto. En suma, estamos ante una situación que exige la adopción de medidas más severas, tanto en lo relativo a la imposición de sanciones, como en lo concerniente a unos sistemas de vigilancia que hoy las modernas técnicas convertirían en muy eficaces. Se trataría, como casi siempre ocurre en lo tocante a la conservación del medio, de dejar un tanto de lado los intereses puramente económicos y de hacerse con la voluntad política suficiente como para llevar a la práctica una legislación enérgica.
El mar contaminado