La primera jornada del debate sobre el estado de la autonomía nos ha permitido ver cuál es la visión del presidente de nuestra Comunitat, Jaume Matas, ante el paisaje económico, político y social que se presenta ante él. Como era de esperar, el acento ha sido positivo, quizá en exceso, y desde la tribuna de orador se ha loado la recuperación económica y la puesta en marcha de inmensas obras públicas que dotarán al Archipiélago de las infraestructuras que le faltaban. Desde el punto de vista del ciudadano, desde luego, los hechos le avalan. Hay que reconocer que Matas ha hecho los deberes -el balance es abrumador-, pero a renglón seguido hay que preguntarse qué pasará cuando todas esas obras ahora en pleno desarrollo toquen a su fin. Dinamizar la economía isleña a base de promover grandes obras es lo que se suele decir «pan para hoy y hambre para mañana», porque lo que ahora suma; dentro de unos meses o de unos años restará. Y todo ello con el inconveniente añadido de que a rebufo de esas obras faraónicas habrán llegado a las Islas miles de nuevos habitantes que aspiran a quedarse aquí y encontrar, lógicamente, vivienda, educación, sanidad y servicios sociales. ¿Qué pasará cuando esos miles de obreros vean cómo expira su contrato? ¿Sabremos hacer frente a una población cercana al millón de habitantes con un sector turístico con un futuro poco claro y un sector público que ya no podrá construir más autovías?
Son preguntas para la reflexión y Matas lo sabe. De ahí que haya pedido al resto de partidos un gran pacto para garantizar el futuro del turismo y otro para consensuar un Estatut d'Autonomia que nos dote de la financiación adecuada. Sin duda son grandes asuntos a atender. Esperemos que no sea demasiado tarde. Y que no nos pase facture el haber optado con tal entusiasmo por un modelo de crecimiento a destajo con fecha de caducidad.