De todos son conocidos los riesgos que implica una inflación desbocada, es decir, la incapacidad para contener la subida de los precios, pues tradicionalmente el alza indiscriminada del IPC suele derivar en un incremento de las tasas de interés, lo que a todos nos hace temblar.
De momento parece que la explicación a este desbocamiento de los precios está en la continua subida del precio del petróleo, bien por la situación iraquí, por la galopante demanda en China e India -los países más poblados del mundo, que suman más de dos mil millones de habitantes- o los problemas que acarreó el huracán «Katrina» a su paso por las plataformas petrolíferas del Golfo de México. El caso es que el crudo no deja de encarecerse y a rebufo de esta situación todos y cada uno de los productos que consumimos ven crecer su coste.
Es una situación que en España difícilmente se ha dominado. Tan es así que el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero había previsto una inflación del dos por ciento para este año -siguiendo las instrucciones de la Unión Europea- y de momento, con los últimos datos de septiembre, estamos en el 3,7 por ciento, casi el doble.
Con estas credenciales, mal lo tiene el departamento que dirige Pedro Solbes porque los países más inflacionistas de Europa andan alrededor del 2,5 por ciento, significativamente menor. Pese a ello, la decisión de incrementar el precio del dinero para enfriar la economía es también delicada, porque conlleva un verdadero drama para miles de familias, que viven a crédito, y para una UE cuyo crecimiento económico no está, precisamente, para ponerle frenos. No lo tienen fácil las autoridades económicas, porque esto es la pescadilla que se muerde la cola.