Siempre hemos defendido el papel fundamental de la educación, de la formación, en una sociedad, y hemos lamentado con asiduidad el escaso nivel formativo de muchos ciudadanos de estas islas, que se han acomodado a un modelo económico muy dinámico que exige desde hace décadas mano de obra poco cualificada. Pero esto, como suele decirse, es «pan para hoy y hambre para mañana», porque la economía, la sociedad y el mundo entero avanzan a velocidades pasmosas y hoy más que nunca la exigencia de formación, de conocimientos, de idiomas, de información y de uso de tecnologías es creciente y, a veces, hasta abrumadora.
Por ello, en el conjunto de España los jóvenes han ido adaptándose a este ritmo de exigencias acudiendo en masa no sólo a los ciclos de Bachillerato no obligatorios, sino también a la universidad, a los centros de Formación Profesional y a los recursos educativos de más alto nivel. Aquí, en cambio, gracias a la incesante actividad turística y constructora, muchos chicos prefieren abandonar los estudios en cuanto cumplen 16 ó 17 años para lanzarse a un mercado laboral siempre abierto. Es comprensible, en cierto modo, pero también deja bien patente que el ambiente general no invita precisamente a otros modelos en los que el conocimiento, la dialéctica, el análisis, el razonamiento, el debate, el espíritu crítico y el desarrollo intelectual se consideren tesoros que hay que promover y alimentar. Aquí prima lo rápido, lo fácil y, sobre todo y en definitiva, el dinero. Es tentador para los jóvenes, pero también una trampa que les depara un futuro poco prometedor. Y así lo ha visto el Consell Econòmic i Social, que ya ha dado la voz de alarma para intentar cambiar la tendencia.