Tras la reciente cumbre Europa-Asia celebrada en Helsinki, cabe destacar dos relevantes aspectos que a su vez guardan una estrecha relación. En primer lugar, el firme compromiso de la Unión Europea -y de los países que con ella comparten criterios al respecto- con el derecho internacional en su lucha contra el terrorismo. Lo que obviamente conduce a una segunda cuestión, como es un distanciamiento de la política unilateralista norteamericana que en repetidas ocasiones ha desembocado en actuaciones al margen de ese derecho internacional.
Hay que entender que la UE progresa en su mayoría de edad, por así decirlo, cuando al perseverar en sus principios de respeto a la legalidad internacional muestra una menor docilidad ante unas directrices estadounidenses cuya puesta en práctica se ha demostrado que no da siempre los resultados apetecidos. Y para muestra, el «botón» de Irak. En Helsinki, europeos y asiáticos coincidieron en buscar la paz y la seguridad siempre de acuerdo con la Carta de las Naciones Unidas, amén de abundar en la necesidad de concebir la lucha contra el terrorismo internacional partiendo de un enfoque multilateral que incluye una forzosa cooperación.
Así, la estrategia antiterrorista debe contar con medidas encaminadas a luchar contra la radicalización, y a resolver las injusticias y conflictos que favorecen la propagación del fanatismo. Ello, por descontado, supone también la aproximación y diálogo entre culturas y civilizaciones, como factor clave para prevenir el que se desate la violencia por la preeminencia de una forma de vida, o un credo sobre otros. Aunque desde Washington se ha pretendido interesadamente minimizar lo acordado en Helsinki, no hay que olvidar que los 38 países allí reunidos -los 25 de la UE más 13 asiáticos agrupan el 40% de la población del planeta, el 50% de la economía mundial, y el 60% del comercio internacional. Por lo que del otro lado del Atlántico harían bien en tomar buena nota de ello.