Manuel Carbonell (Barcelona, 1946) llegó a Ibiza hace más de medio siglo de la mano del oficio al que ha dedicado toda su vida laboral, el alquiler de coches. Un sector desde el que ha sido testigo de primera mano de la evolución de Ibiza con la llegada del turismo.
—¿Dónde nació usted?
—Nací en Barcelona, en pleno barrio de Sants. Yo era el pequeño de la familia. Mi hermana mayor, Anna, es mi madrina, y Eliseu y Antònia son el resto de mis hermanos.
—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Mi madre, Anna, como tantas mujeres de su época, se dedicaba a cuidar de la casa y de sus hijos, que no es poca cosa. Mi padre, Manel, era tornero. Aprendió el oficio desde joven como militar fabricando armas; llegó a teniente. Él era del ejército de la República y, al perder la guerra, también perdió el trabajo, claro. Desde entonces trabajó, también como tornero, en una fábrica de tornillos y herramientas.
—¿Cómo recuerda su infancia en Barcelona?
—Como una infancia normal en una familia que, aunque humilde, nunca tuvo falta de nada gracias al sueldo de mi padre. Como niño, la Barcelona que conocí era muy distinta a la de ahora, claro. Jugábamos todo el día en la calle, a las chapas o a la peonza. Apenas teníamos juguetes o juegos, así que teníamos que inventarlos, como el de ver quién era capaz de hacer la marca más lejana mientras hacíamos pipí. En la calle no había ningún tipo de peligro; el tráfico apenas existía: en mi calle solo había un taxi.
—¿Fue al colegio?
—Sí. Pero solo hice hasta el Bachillerato. No continué estudiando ninguna carrera y me puse a trabajar como ‘meritorio’ (aprendiz) en una casa de alquiler de coches en 1961, ‘Rent a Car Rocas’.
—¿Trabajó allí durante mucho tiempo?
—En los rent a car, hasta que me jubilé. Con Rocas, hasta 1966. Rocas tuvo la exclusiva de Avis y de Hertz hasta ese mismo año, cuando esta última se estableció por su cuenta y, como el director de la compañía me conocía, me contrataron para irme con ellos. Allí me fueron ascendiendo y, con cada ascenso, me mandaban más lejos. El primero fue en 1971, cuando me mandaron a Ibiza para abrir la oficina de Hertz en el Aeropuerto. Después me mandaron a Valencia en 1975 cuando volvieron a ascenderme, pero tres años más tarde, en 1978, decidí cambiar de empresa para poder volver a Ibiza. En Avis fui ascendiendo hasta convertirme en ‘área mánager’ de Ibiza y Formentera hasta que me jubilé en 2006. Para entonces ya se había ido todo de madre; en julio y en agosto el desmadre era descomunal, así que decidí jubilarme y tener algo de tranquilidad.
—¿Qué le llevó a cambiar de empresa con tal de volver a Ibiza?
—Que me enamoré de la isla. También que me enamoré en ella al poco tiempo de llegar (ríe). Mi oficina estaba en el Aeropuerto y Loreto trabajaba allí como telefonista. Nos conocimos nada más llegar a Ibiza y, al año siguiente, en 1972, nos casamos. Hemos tenido cuatro hijos, Loreto, Manel, Albert y Marta, y ya tenemos cuatro nietos: Aïna y Lucía, que son de Loreto, Mateo, que es de Marta, y Hugo, de Albert.
—¿Cómo recuerda la Ibiza a la que llegó en los años 70?
—La vida en Ibiza era increíble. Muy distinta al movimiento al que estaba acostumbrado en Barcelona. Mientras allí tenía un movimiento de 800 o 900 coches, al llegar a Ibiza me encontré con apenas 25 coches ese invierno. Al principio, nada más llegar, me pareció que Ibiza era una isla apagada. Pero es que era de manera literal: debido a ese hotel que construyeron en Platja d’en Bossa, el Ínsula Augusta, tenían que cerrar el Aeropuerto a las 17 horas. Hasta que lo derribaron, era demasiado peligroso aterrizar en el Aeropuerto, sin visibilidad, con ese mamotreto en medio.
—¿Cómo ha visto cambiar la isla desde su punto de vista?
—Comencé moviendo 25 coches en 1971 y me jubilé en 2006 con 2.000. Al principio, la compañía que movía más era Autos Ibiza y tenía unos 400 coches, hoy no sería capaz de imaginarme la cifra. Supongo que esto responde a la pregunta. Ibiza se nos ha ido de las manos; para poder mover toda la flota que hay en la isla tienen que poner los mismos precios que poníamos en los años 70: un 600 valía 5.000 pesetas al día, lo mismo que cualquier coche hoy en día. Lo comprendo en cuanto a que la oferta hotelera ha crecido tanto, que se necesita un parque móvil enorme para que toda esa masa de turistas pueda moverse. Eso lleva a atascos e incomodidades que reconozco que me parecen inevitables para poder mantener este modelo. Además, para moverse en Ibiza se necesita un coche. Hay pocas familias que no tengan, por lo menos, un coche. La verdad es que, si hubiera sido ahora, no creo que hubiera vuelto (ríe).
—¿A qué dedica su jubilación?
—Junto a Loreto he estado haciendo distintos cursos de trabajos tradicionales ibicencos. Hago esparto o instrumentos musicales, por ejemplo, y Loreto hace ‘espardenyes’.